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Es antigua costumbre periodística que al empezar un año, y tras los obligados resúmenes y balances del anterior destacando grandes acontecimientos, se formulen pronósticos para el recién empezado, que en este caso es el 2025. Cuyo calendario de regalo doy por supuesto que ya obra en su poder; a mí me lo dieron en la farmacia, cosas de la edad. Así pues, lo primero es colgarlo en sustitución del de 2024, pues de lo contrario mal empezamos. ¿Y luego? Bueno, ese es el problema, aunque no vale la pena preocuparse porque se trata de un problema que se arregla con el tiempo. Pronósticos, decía. Quizá he contado alguna vez mis dificultades para cumplir esa tradición periodística, ya que cuando hago el resumen y balance del año finalizado, completando la mitad de dicha costumbre anual, descubro que no se diferencia en nada del pronóstico por hacer, y a mí no me gusta nada repetirme. Además, predecir lo mismo que antes se rememoró es de muy mal efecto, poco positivo, por lo que si me invento algo me salen pronósticos indolentes, muy desangelados.

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Otra costumbre popular de principios de año es hacer promesas de futuro (portarse bien, hacer más ejercicio, prestar atención a la salud mental, ordenar armarios, leer mamotretos, informarse de la actualidad), pero claro, si solo consigo cumplir la mitad de una vieja costumbre periodística (y ya me parece mucho), cómo voy a completar una popular. No soy nada prometedor, a mi edad las promesas son una chiquillada, se parecen a un maravilloso poema de Blaise Cendrars titulado «Caza del elefante». «Terreno infernal/ A cada instante se pierde el equilibrio/ No bien diviso a los elefantes éstos huyen». De ahí que si nunca prometo nada a los demás, menos me lo prometeré a mí. Pero crece mi indolencia pronosticadora, y más vale que diga algo de 2025. Peor que 2024, año regido por leyes bíblicas, no será. O eso espero, porque si al principio de entropía añadimos la vigencia del Antiguo Testamento, todo lo que puede empeorar sigue su curso y empeora. Pero no adelantemos acontecimientos. Hoy es el tercer día de 2025, y como hubiera podido escribir el gran poeta chino Du Fu (712-770), de 2025 aún no hemos recibido noticias. Ya se verá.