El mecánico de la motora de La Mola, llegada la noche después de la cena, mientras fumaba uno de aquellos caliqueños adquiridos en sant Climent, dejando la cocina con un fuerte aroma insoportable, tanto que jamás mamá teresa tuvo que usar el flitador con el correspondiente ‘flit’, ni las moscas ni los moscards se atrevían a entrar en mi casa. Así tal cual seguía la sobremesa, momento en que mi padre continuaba con sus historias, que a decir verdad eran ciertas y el hombre lo relataba como si fuera uno de los grandes actores del mejor teatro español tan en boga.
La noche anterior había quedado suspendida la verídica historia de nuestra cisterna la misma que abastecía principalmente algunas vecinas a la hora de comer, ellas mismas sacaban el agua escuchándose el ‘plaf’ al llegar el cubo al agua. El patriarca solía repetir «cuidado de no dar golpes a los lados», se refería a las paredes de su cisterna a la cual tenía como una obra de arte.
No vayan a creer que todo el día subía y bajaba el cubo gracias a la corriola que dejaba pasar la gruesa cuerda. No. Aquel manantial tan solo servía para beber, cocinar, para el aseo personal una vez por semana y lavar las cabezas de la familia, con el privilegio de mi melena, que al ser tan larga y abundante precisaba de ser aclarada algo más que las de mis padres
Las idas y venidas desde mi casa a la fuente de la plaza de san Roque, eran constantes; un cubo en cada mano y nada cuento de la historia e invento de Gori del espitjador auténtica revolución, tanto que la idea corrió a los usuarios de otras fuentes. No se me vaya a olvidar explicarles de cuando iba con mi madre, la tina en medio de las dos y un cubo para cada una, asi cundía el doble, todo ello hace que me pregunté si tanto esfuerzo debió influir en mis diez hernias discales, y mi atrofiado esqueleto, culpable de que mi chasis ni tan siquiera desean adquirirlo en las mejores chatarrerías de la Isla.
Aquí dudo si debo, o no, seguir con las lindezas de nuestra cisterna, llego un dia que el cubo al llegar arriba sorprendió a mamá teresa por la cantidad de espuma, se llenó un bote de cristal, se llevó a la farmacia de la Raval, para que el señor Mir Llambias la analizara, y cuál no fue el disgusto de Gori con el veredicto, estaba contaminada, debiendo quedar clausurada. Por lo visto la cisterna era invadida por alguno dels excusats de los vecinos. Estos pusieron el grito en el cielo, porque sus escusados funcionaban a las mil maravillas.