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El segundo día de cualquier cosa, y también de Navidad, suele emplearse en hacer todo lo que no se pudo hacer el primero (regalos, banquetes, abrazos), o se hizo mal, o no salió como estaba previsto, en cuyo caso se repite otra vez lo mismo, aunque ya con cierta desgana. Según el Génesis, que es un relato muy confuso por estar basado en viejos mitos mesopotámicos, en el principio Dios creo los cielos y la tierra, pero la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas cubrían el abismo. Así que el segundo día intentó poner un poco de orden, separar unas cosas de otras, las aguas de las aguas, el cielo de arriba del de abajo (el infierno, quizá), las tinieblas a un lado y la luz al otro, todo eso. Para el génesis, el segundo día corrige al primero, como la segunda vuelta de unas elecciones, la segunda cita romántica o las eliminatorias a doble partido.

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En definitiva, que hay quien afronta el segundo día de Navidad para enmendar los desastres del primero, y hay quien ya, total, prefiere insistir en ellos y repetirlos (a desgana, decía), con la tibia esperanza de que el resultado sea distinto. Algo muy común en política, literatura y ciencia, y que en ambos casos viene a ser como vivir de los restos del festín, beberse los pocillos de las copas y rememorar glorias pasadas. De ahí el conocido estigma del segundo día (o del segundo intento, o del plan B), y también el llamado síndrome del segundo día, sobre el que no me extenderé. Porque lo que yo quería decirles hoy, segundo día de Navidad, es que aunque lo asegure la Biblia, no tiene por qué ser así. No es preciso hacer lo mismo que ayer, ni mejorarlo, ni hacer lo contrario, ni tampoco aprovechar las migajas.

Tras mi experiencia empírica de cientos de segundos días y más de 70 Navidades, lo que hay que hacer este segundo día de Navidad, o de lo que sea, es olvidarse del primero. Hacer cualquier otra cosa que no tenga nada que ver, y si la tierra está desordenada y vacía, o en tinieblas, pues a otra cosa, mariposa. Nada de segundos días ni segundas oportunidades, huyan del temible síndrome del segundo día. Hagan unas sopes, o tumbet, o revuelto de alcachofas y setas. De inmediato será festivo. Pero será otro día.