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¡Ojo! ¡No se relaje! Porque le acechan, durante los días posnavideños, múltiples peligros. Son esos días insípidos, pero que, resentidos, guardan en su interior una insaciable sed de venganza por su falta de protagonismo en época tan señalada. ¡Cuidado, por ejemplo, con esas reuniones de viejos amigotes! Y con el lenguaje que, en ocasiones, resulta muy puñetero. Así, cuando en una de esas «quedadas», insufrible expresión, alguno de sus compadres le invite a tomar la vigésima-tercera copa, acompañando tan vil acción con un «¡Tómatela, tonto! ¿Qué puede pasar?», niéguese en redondo (si tiene todavía fuerzas para ello). No vaya a ser que le pase lo que a tu amigo Ginés que, tras una noche etílica en la que él y sus compadres fueron cerrando todos los bares de Maó, amaneció a la mañana siguiente en Barcelona, en la litera de un barco, resacoso, disfrazado de Spiderman, sin dinero y sin documentación alguna… Y, aunque Ginés –seamos prudentes– no se llama Ginés, lo relatado es verídico…

Sigamos. Si por un casual un lelo día de diciembre se topa con unos amigos que acaban de regresar de un viaje, ni se le ocurra verbalizar un «¿Qué tal ha ido?». De hacerlo, sus conocidos, emocionados por su interés, se lo explicarán con gran lujo de detalles… La conferencia/tesis doctoral durará siglos. De hecho, a un iluso que cometió semejante error acabaron confundiéndole con Papa Noel, porque tras días de escuchar, de pie, en una esquina, las andanzas de los intrépidos aventureros, lucía ya una hermosísima barba, la que, unida al hecho de que el desdichado oyente era barrigón y había salido de su casa (¿hacía ya cuánto?), vestido de rojo, explicaba perfectamente la confusión de sus vecinos y de tanto niño impertinente… ¿Aterrador, no? ¡Pues, ándele, que puede ser peor! La situación de ese improvisado Noel es susceptible de agravarse si los conferenciantes le invitan, por ende, a tomar café en su casa para seguir hablando del citado viaje, pero esta vez con el soporte de fotos, videos y souvenires varios… ¡Como con las bodas, vaya!

Y, volviendo a la letalidad del lenguaje de estas jornadas, no pregunte jamás a nadie aquello tan manido de «¿qué harías si te tocara el ‘gordo’?», porque –créame– el interpelado le contestará con una especie de lista de la compra interminable que le inducirá, casi, casi, al suicidio. A Armando Bronca, sin ir más lejos, tu vecino, le ocurrió lo descrito y, cuando regresó a su domicilio tras escuchar los anhelos de su amigo jugador, se encontró con que su recién nacido estaba ya haciendo la mili (cuando aún la había)…

Por no hablar de otras frases hechas de riesgo: «¡Dónde comen dos, comen tres!» (¡Y trescientos, no te joroba!); «eso habrá que repetirlo» (¡Y una caquita!); «tráete (a la comida) a quien quieras» (¡Mal, muy mal!), etc… Sin olvidar a ese ‘gili’ que aún no se ha enterado de que en Menorca el «día de los inocentes» se celebra el uno de abril y el 28 del 12 no se le ocurre otra que invitar, en tu nombre, a tu suegra para que te amenice las uvas, las que, de seguro, se te atragantarán…

Aunque siempre le quedará como consuelo, amigo lector, llegar al 31 (¡Uf!) y deleitarse con las sensuales formas de la incombustible Pedroche dando la campanada. Perdón: las campanadas…