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Loterías y Apuestas del Estado ha facturado, cifra provisional, 3.505 millones de euros con el sorteo extraordinario de Navidad este 22 de diciembre, 187 millones más que en 2023. Un día al año, incluso los que reniegan de los juegos de azar, se gastan su dinerito en probar suerte. En estas fiestas hay concesiones especiales para la gula y la apuesta de mayor arraigo social que es la lotería navideña, la compra de la ilusión de convertirse en rico aunque sin muchas esperanzas de conseguirlo. También con la superstición entre ingenua y siniestra de buscar la fortuna en lugares castigados por una desgracia. Despertarse y escuchar el sonido de fondo de los números cantados por los niños de San Ildefonso está grabado en mi memoria como las cabalgatas de Reyes, pero la tradición no evita que sea un despilfarro beneficioso solo para los afortunados ganadores y las arcas públicas.

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Las probabilidades de que te toque el Gordo, e incluso el segundo y tercer premio son de una entre cien mil, una realidad bien estudiada por quienes se dedican a los cálculos y el azar. Hay multitud de sucesos con más posibilidades de que te ocurran en esta vida, caerte de una escalera, sufrir un accidente de tráfico, que el teléfono móvil se precipite al retrete, hasta que te caiga un rayo resulta que es más probable que ser agraciado con el gran premio. De no ser así, no se habría inventado la frase para perdedores más repetida tras el sorteo: «lo importante es tener salud», que sí, que lo es, pero es que además queríamos ser millonarios. ¿Por qué entonces seguimos jugando? También hay respuesta científica para eso, basada en la teoría de la decisión, donde ya no cuenta solo la probabilidad sino también la psicología. Comprar el décimo es evitar ser la pringada de la oficina que se queda fuera del descorche del champán, es una póliza de seguro para no seguir siendo pobretón mientras los demás nadan en la abundancia. Es el famoso «y si toca esta vez» en la empresa o en el grupo de amigos o en el bar donde desayunas cada mañana.
En 2025 repetimos.