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Seguro que si te pregunto por alguna persona soberbia que se haya cruzado en tu vida me sabes responder. Puede, incluso, que te cambie el rostro o te venga a la memoria una situación concreta en la que esa persona cruzó algún límite que te molestó. Puede, por ejemplo, que si te cito a Cristiano Ronaldo, asientas con la cabeza y digas «tiene razón». Pero no, en mi opinión, no la tengo.

Para que alguien se transforme en el mejor del mundo, es necesario que se crea el mejor del mundo. El Team Messi aquí protestará, pero incluso el astro argentino, en algún momento tuvo que asumir esa mentalidad para llegar hasta donde lo ha hecho. ‘Ser el mejor’ consiste en una especie de estado mental que te obliga a actuar como tal. Porque alguien que no ha tenido nada en su vida o que viene de un lugar donde no había nada tiene claro que debe luchar por todo y contra todo porque nadie se lo ha puesto fácil.

Si tú, por ejemplo, te propusieras ser el número 1 en lo tuyo, no bastaría con ponerle una vela al santo de turno. Ni tampoco que cumplieras a rajatabla con todo lo que se supone que debes hacer. Necesitarías algo más. Algo como la ilusión, la ambición, la necesidad, la convicción de que estás luchando por un sueño.

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El otro día veía un documental del luchador Ilia Topuria. Él no tenía nada y soñaba con tenerlo todo. Y trabajó para tenerlo todo. Y ha renunciado a muchas cosas por llegar hasta donde lo ha hecho. «Hay quién lo acusa de soberbio», se dice en el documental y, en mi opinión, es necesario un mínimo de soberbia porque si no eres mejor que el rival que tienes en frente, como mínimo te lo tienes que creer o hacérselo creer a él.

Los ‘Messinianos’ dirán que no, que su apóstol no lo hizo, y se equivocarán. Messi tuvo que, por ejemplo, creer que era más alto de lo que realmente era para ganarse el respeto de sus adversarios. Hay un gol en la final de la Champions precisamente contra el Manchester de Cristiano en el que el argentino remata de cabeza un balón en las nubes, un centro que a priori está únicamente destinado para torres humanas. Y él, que no lo era, se lo creyó para llegar a serlo. Y remató. Y marcó gol. Y levantó el trofeo.

No todas las soberbias son malas, ni tampoco buenas, pero sí que son necesarias siempre que sean para acompañarte en tu camino para ser el mejor. Porque hoy en día tenemos asumida una especie de mediocridad que nos lastra en todos los sentidos. Y somos mucho mejores de lo que nos creemos y, por supuesto, de lo que otros nos hacen creer. Y si saltamos más con el corazón que con las piernas o la cabeza, llegamos a ese balón que parece imposible.

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