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Espe acaba de cometer su tercer error. Y tan solo son las once. El súper abrió a las ocho. Demasiadas meteduras de pata para tan pocos minutos. «¿Dónde estará el encargado?» –se pregunta–. «Dios quiera que no se haya dado cuenta» –susurra–. Su marido está en paro. Y sus novecientos euros mensuales son esenciales. Por su caja van pasando los clientes mientras su mente vuela hacia otros infiernos: el calendario de la cocina que le indica lo lejos que queda primero de mes y esos abrigos raídos de sus hijos… Espe suda y comete una nueva equivocación. Afortunadamente la empleada no se ha enterado de que los nuevos consejeros de RTVE, esa que también ella paga, han multiplicado por once su sueldo y que percibirán por actuar como agradecidos comisarios políticos lameculos ciento veinticinco mil euros anuales… Si lo hubiera hecho –enterarse– la mañana habría sido, aún, más sombría e insoportable. «Dios quiera que no se haya dado cuenta». Novecientos euros. El calendario. Los abrigos…

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Manolo, Manolillo para los amigos, abre por última vez su bar. Quedan, detrás de él, en las estanterías, los licores que no se repostarán, los que se convertían, por ejemplo,    en un sol y sombra en las mañanas apenas apuntaladas    de bostezos de inmutables clientes. Quedan también, a sus espaldas, décadas de curro solitario, el edema de sus piernas, el alma agotada… Los impuestos, la voracidad recaudatoria de las instituciones y un largo etcétera han ganado finalmente la guerra… El local familiar se derrumba sobre el suelo de la batalla metafórica que, no por metafórica, deja de ser real. ¿El tiro de gracia? Las jodidas basuras… Manolillo mira de soslayo el viejo televisor desconectado. Lo último que anhela es informarse… A Manolillo no le agrada vomitar, ni contemplar como la ideología izquierdista por la que siempre apostó ha sido abducida y eliminada por unos intereses enfermizos meramente personales… ¿Cerrar el bar? ¡Que quede abierto! ¡Barra libre! Una manera, como otra cualquiera, de ahuyentar, en el final,    la decepción preñada de amargura…

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Será de oficio. Su abogado. Un solo tropezón en una vida. Leve. De ser condenado –lo sabe– nadie retorcerá la ley en su favor… Matías es Matías, a secas. Quizás debería de haberse afiliado a algún partido –piensa–. Y medrar… La cosa resultaba sencilla –se recrimina: adular, acatar y callar, excepción hecha de las consignas diariamente redactadas desde el poder para ser coralmente verbalizadas luego por los títeres sin dignidad… Será de oficio, su abogado…

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Paco, un tío avispado, apaga su consola. Para juegos virtuales el país en el que vive. Un mundo onírico y otro auténtico. Uno hiper-super-mega atendido y el otro ignorado. Una España parlamentaria y una España a la espera. Una clase dirigente que no sabe de los novecientos euros de una cajera en permanente estado de temor; que jamás pisó el bar de Manolo, Manolillo; que no socorrerá, por irrelevante, a Matías en su metedura de pata… Espe, Manolillo, Matías son ustedes. Y tú. Y casi todos…

Pero sus Señorías están muy ocupadas en otras cosas... Básica y únicamente en no caerse de su indecente «Balsa de la Medusa»...