Acostados en un féretro como en los relatos vampíricos, eso sí, de diseño cuqui y funcional, con enchufe para cargar el móvil, calentito y acogedor. Así puede que acaben en las grandes urbes, y en otras ciudades que no lo son tanto, debido a una crisis de la vivienda que a nadie por lo visto le interesa resolver. Es la última tendencia, los hoteles cápsula que antes veíamos con regocijo en lugares atestados del planeta como Japón, de donde viene la idea de este tipo de alojamiento, ahora son ya una opción en Madrid, y no solo para mochileros.
Es la solución barata para poder dormir en la capital. Una de esas cápsulas en una conocida plataforma de reservas cuesta 73 euros la noche en una habitación compartida mixta. Una especie de litera futurista y claustrofóbica que ya no solo utilizan los viajeros asiduos de albergues, para quienes fueron diseñadas en un principio, sino también por personas que necesitan pasar un tiempo en la ciudad por distintas circunstancias, por ejemplo, profesores y estudiantes.
El economista Santiago Niño Becerra lo advierte: hay gente viviendo en cápsulas similares a las de Tokio, la situación es insostenible y se necesitan medidas urgentes para revertirla. Que no nos edulcen la miseria con neologismos que suenan a moderno ni la disfracen con conceptos para encima culpabilizarnos. Evitar los gastos hormiga significa no poder tomarte un café fuera de casa a media mañana o comprarte una revista porque se desequilibran tus finanzas; regresar al nido con tus padres porque no puedes pagar el alquiler es ver frustrado el sueño de una vida adulta y emancipada; el coachsurfing puede venderse como una red de hospitalidad, pero al final se trata de dormir en casas de desconocidos con quienes contactas por internet para no pagar hotel.
Las cápsulas no nos las pueden vender como una solución habitacional, no son un lugar donde poder vivir sino una salida desesperada.