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El emir de Qatar es uno de los hombres más ricos del mundo y, además de sus negocios petroleros y gasísticos, posee cositas como el canal de televisión Al Jazeera, los grandes almacenes Harrod’s de Londres, el club de fútbol Paris Saint Germain, los estudios de cine Miramax o al archifamosa firma de joyería Tiffany’s. Tiendo a pensar que es una persona a la que nadie se atreve a decirle que no y que está convencido de que el dinero lo compra todo. Pero, ay, se ha topado con la historia. Con el pasado. Con eso que tiene más valor que nada, pero que no tiene precio. El señor se compró hace un par de años uno de los cármenes más importantes de Granada, ya saben, esas villas magníficas con jardines paradisíacos de los que apenas se vislumbran los esbeltos cipreses desde el otro lado de sus muros. El de San Agustín, por el que pagó 17 millones de euros, goza además de espléndidas vistas a la Alhambra, el río Darro, Sierra Nevada, el Sacromonte, la muralla nazarí y el alto Albaicín. En fin, que para cualquier ser humano sobre la Tierra poder instalarse allí sería poco menos que un sueño. Pero no para él. Un nuevo rico que lo primero que ha planteado es tirarlo todo abajo y en su lugar construir una ridícula casa moderna de forma cúbica con el techo de cristal para poder ver las estrellas y en vez de gozar del jardín antiguo colocar allí unas cuantas palmeras que no dan sombra que le recuerden a su país. Para ver estrellas y palmeras ya tiene Qatar. En fin, pareciera que lo único que anhelaba eran las vistas, la Alhambra al alcance de la mano, que es lo que no hay en ningún otro sitio del mundo. Por supuesto, el ayuntamiento granadino le ha dicho que no, quizá por primera vez en su vida.