TW

Nuestro destino muchas veces depende de un sorteo. Sin ir más lejos, dentro de pocos días y por aquello de la Navidad, un sorteo de lotería repartirá miles de euros por diversas partes de España. Algunos serán agraciados con un suculento botín, mientras la mayoría se contentará con esperar al Niño -o a la Niña, vaya usted a saber-.

Décadas atrás, otro sorteo se encargaba de repartir destino a los mozos en edad de incorporarse al Servicio Militar. El que a uno le tocara Canarias o las Vascongadas dependía de eso precisamente, de la suerte -o mala suerte- del sorteo. Y ya no digamos a quien le tocaba «excedente de cupo». Aquello era el gordo con todas las de la ley.

En la actualidad pocas cosas se dejan a la libre disposición, ya no de la suerte, sino del sorteo. Precisamente hace unos días la suerte del sorteo hizo justicia y declaró no culpable a Pablo Rigo. O lo que es «casi» lo mismo, inocente.

Y Pablo Rigo tuvo suerte, sí. Suerte del sorteo. Tuvo suerte de tener en este segundo juicio a unos miembros del Tribunal que le creyeron. También tuvo algo de suerte que en el primer juicio faltaran algunos votos para declararle culpable. Y como no, tuvo mucha suerte de que en el atraco no lo mataran, faltaría añadir.

Pero Pablo Rigo tuvo también mala suerte con la elección de los miembros del primer Tribunal del Jurado que lo juzgó porque no todos creyeron en su inocencia. Y también tuvo mala suerte con los fiscales que le asignaron, porque éstos siempre creyeron en su culpabilidad.
¿Hasta qué punto es bueno que el destino de una persona esté en manos de unos ciudadanos ajenos a todo el entramado de la justicia y que puedan moverse más por sentimientos, ideario o prejuicios, antes que actuar por escrutar la verdad?

A Pablo Rigo le ha favorecido la composición del segundo Tribunal del Jurado, sin duda. Y pienso que también le habrá favorecido el hecho de que Fredy, uno de sus presuntos atacantes y hermano del presunto atacante muerto, fuera detenido en las jornadas en que se celebraba el juicio por «presuntamente» agredir, junto con otros individuos, a un hombre en la barriada de La Soledad. ¿Tras lo ocurrido quién podría negar la agresividad de tales individuos?

«Dios aprieta, pero no ahoga, aunque a mí me está ahogando un poco», mencionó en su momento Pablo Rigo antes de ser absuelto. Efectivamente, el inocente pasa un calvario que no se merece, y todo por el mal o el anormal funcionamiento de la justicia.

Visto lo anterior, si alguna vez el sorteo me eligiera para ser miembro de un Jurado, mi veredicto ya lo tengo decidido y sin ningún género de dudas.

www.joansans.blogspot.com