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Estimado Juan Carlos: Te escribo estas líneas no desde la esperanza, sino desde la certeza de que las leerás. Puede que en un Burgos –tu Burgos- ideal, en el que no anide dolor alguno. Rodeado de los tuyos. Quizás «pegando la hebra» (esa expresión castellana que tú me explicaste desde tu inabarcable cultura/sabiduría) con Miguel Delibes, a quienes ambos adorábamos; o viendo partidos de tu club o, en su defecto, del Real Madrid, esos en los que siempre saldrán ahora victoriosos; o paseando por paisajes castellanos inviolados o preservando en ese mundo nuevo la lengua castellana, la que nos unió y que tú dominabas a la perfección. A pesar de llevar toda una vida dedicándome a ella, fui, a tu lado, permanentemente, un mero aprendiz… Y te veo y siento en paz. Una paz ya inviolable, perdurable, inamovible…

Porque cuando el domingo «abandonaste tu cuerpo» (bella expresión que utilizaba una excompañera para referirse a la muerte), los que nos quedamos jodidos fuimos nosotros (y perdona por lo soez de lo dicho). Jodidos por el terrible tamaño de tu ausencia. Y aquí me tienes, sin saber qué decir, a tenor de lo mucho que debería decirte. Sin saber que decir, sí, después de toda una vida jugueteando con las palabras. Esas palabras que hoy no soy capaz de hallar. Quien no tiene, pide de prestado. Y hoy le pido prestados a Miguel Hernández –a quien ruego saludes- dos únicos versos, dos versos que se mudaron en la más breve y bella elegía de cuantas hayan podido escribirse. Pertenecen al poema que Hernández dedicó a su amigo Ramón Sijé cuando, efectivamente, «abandonó también él su cuerpo». A saber: «Tanto dolor se agrupa en mi costado,/ que por doler me duele hasta el aliento»… Así me siento hoy. Así nos sentimos muchos. Multitud.

Gracias, Juan Carlos, por tu amistad, amistad. Esa que se preocupó siempre por ti. Por tu ayuda. Por esos almuerzos que se prolongaban en aquella bella terraza de Llucmaçanes en tardes luminosas de charlas sin minutero. Por tus correcciones. Por ese afecto que no se diluyó jamás. Por tu bonhomía. Por tu ejemplaridad. Por…

En tu nuevo Burgos, Juan Carlos, resérvame un hueco… Porque –y volviendo a Hernández- «tenemos que hablar (aún) de muchas cosas, / compañero del alma, compañero»…