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Negacionistas del cambio climático, rechazadores de las vacunas, propulsores de guerras entre fronteras, acusadores a las organizaciones internacionales de ser un problema, propagadores del racismo y del dominio de la raza blanca, excluyentes del desarrollo cultural considerado como un pérfido acerbo de élites ilustradas, enaltecedores de la grosería, la mentira, la tergiversación, el insulto, el bulo, la falta de talento. La ausencia de educación cívica. Son los perfiles de los nombramientos que está haciendo Donald Trump. El poder del dinero encarnado en multimillonarios que quieren recoger frutos de su apuesta por el magnate. Elon Musk, exponente de todo esto, invirtió cientos de millones de dólares en la campaña; pero ahora las acciones de sus empresas se cotizan hasta cotas sorprendentes: desde que Trump ha ganado las elecciones, Musk ha obtenido beneficios por valor de más de 20.000 millones de dólares.

El sabio profesor de filosofía Francisco Casadesús, me ilustraba con la idea de que estamos en un escenario que recuerda al mito platónico de la caverna: la percepción de una realidad, a base de sombras, que no es posible aclarar por parte de quienes quieren hacerlo, por la simple y tortuosa razón de que no se les cree: la pretensión es vivir rodeados de esas siluetas. En efecto, estaríamos en una gran caverna desde la que presenciamos sombras, movimientos telúricos, que no se avienen con lo que realmente está sucediendo. En este contexto, medios de comunicación y pseudomedios financiados con objetivos claros de desestabilización del sistema, contribuyen notablemente a confeccionar ese estado de crispación e intensa polarización. Alientan las sombras.

Es sorprendente que colectivos sociales muy desfavorecidos, en Estados Unidos y en países de Europa, decanten sus preferencias electorales hacia opciones que emiten mensajes duros, tintados de pátinas de supuestas esperanzas («hacer América grande de nuevo», por ejemplo), con programas lesivos para el bien común, para los más vulnerables. Por qué está pasando esto: porque el deslizamiento es cada vez más acusado, hacia posiciones ultraconservadoras, racistas, negacionistas, marcadas por mentiras obvias, pero sin que todo ello pase factura alguna a quienes se pronuncian de forma tan execrable.

En Estados Unidos se cuecen nombramientos increíbles. En Europa, en España, en las comunidades autónomas, vemos también representantes políticos y pretendidamente técnicos, cuya incompetencia es mayor que la soberbia que destilan. Se ha observado, por desgracia, en el desastre acaecido sobre Valencia, con conductas de ineptitud, de incapacidad, por parte de los dirigentes políticos de la Generalitat. Esto puede parecer una opinión, pero no lo es: organismos como la UME, la Aemet o la Confederación Hidrográfica, han aportado, con datos incontrovertibles, la cronología de lo que pasó. Y hasta el «Financial Times» señala al máximo responsable por inacción de la catástrofe: el presidente de la Generalitat.

Ante tanta estulticia, uno acaba por entender que Calígula nombrara cónsul a su caballo; visto lo que está haciendo Trump, o lo observado en España, desentonaría poco.