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Dos meses antes de tomar posesión, Donald Trump ya tiene estopa para repartir. A sus vecinos norteamericanos, Canadá y México, y a su gran rival, China. Su munición son los aranceles y, desde el punto de vista de proteger la producción nacional, se puede comprender. El magnate acusa a China de hundir a Estados Unidos con el fentanilo, cosa que el gigante asiático desmiente. A saber qué hay en realidad detrás de todo eso, pero por muy turbias que sean las cosas sí hay algo claro: son los yanquis quienes se drogan, los que de forma masiva exigen dosis y más dosis, que les llegan en distintas fórmulas desde muchos rincones del mundo. Mientras haya demanda habrá quien haga la oferta. Siempre he dicho que si todos fueran como yo ni habría narcotráfico, ni habría adicciones ni habría ONG que se dedican a rescatar yonquis. Cuando uno no consume se acaba el negocio. Punto. La realidad de una vida sin drogas sería bien distinta para los propios estadounidenses, pero también para América Latina, incluso para Afganistán. Así que ojito con echar la mierda a otros. Primero hay que mirarse a uno mismo. Ahí también ha estado la respuesta de la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, que recrimina al presidente electo que por desgracia los muertos por las drogas que demanda el vecino del norte los ponen ellos. Porque si bien EEUU es una potencia industrial, México -presume- es una potencia cultural y familiar, lo que evita que los mexicanos caigan en las drogas como lo hacen al otro lado de la frontera. Ignoro si esa calidez familiar, el estar arropado por los tuyos es la causa que nos aleja de las adicciones, pero haría bien Trump en averiguar por qué tantos conciudadanos necesitan evadirse de su realidad.