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Es para esta servidora un placer acudir al cementerio donde se encuentran mis antepasados y a día de hoy cantidad de amigos, conocidos y mis últimos primos carnales que me quedaban de la rama fornellera. Venía a ser una especie de paseo junto a «mamá Teresa». En invierno íbamos los sábados, al llegar el buen tiempo, los domingos oíamos misa pero a mí me gustaba más la del Carmen. Antes de traspasar las puertas verdes de madera, con el tiempo se cambiaron de forja, nos santiguábamos, a pocos metros del patio me hacía tirar un beso a la Virgen de la Bona Nova que miraba desde una hornacina allá a lo alto de la entrada de la ermita. Daba una mirada con recelo a las dos mujeres cubiertas de cal amarilla al igual que todo el recinto. Iba yo cogidita de la mano con mi madre, diciendo: «No tengas miedo, aquí todos son muy buenos, duermen hasta el día que nos encontraremos al cel» y miraba hacia arriba desilusionada al ver que tan solo había nubes, o como aquella vez que cayó un aigu xamal refugiándonos en la caseta de la familia Florit, conocidas por «Guingos», vecinos nuestros, vivían en la plaza San Roque.

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Girábamos hacia la izquierda el pasillo largo con sus casetas a cada lado, cada una de ellas cerradas con puertas de rejas, según decía mi padre    conocía la mayoría de herreros que las habían hecho. Al fondo tres entradas, la de la derecha una especie de patio, en el centro una especie de iglesia, si mal no recuerdo de la familia Almirall, al salir entrábamos a la derecha otro recinto pequeño destinado a familias    con escasos recursos, hoy se encuentran familias de toda clase de estamento. Por fin cruzábamos el portalón más grande, donde el recuadro era mayor, allí en el mismo casi enfrente del mausoleo de los italianos el nicho de mi madre del cielo, una jardinera en el    centro y un jarro de cristal labrado en cada lado, mamá Teresa cambiaba las flores, sacaba agua de un pozo depositando las frescas, antes con un trapo limpiaba de telarañas y bichos si los había, cuidando quedara limpio.

A continuación nos dirigíamos a un sótano o patio descubierto algo pequeño, últimamente se encuentra en muy mal estado. Allí reposaba Cristina Valverde López de 18 años, hermana pequeña de mi madre, solía decirme que ya no estaba sola, hacía dos    años    enterraron a su madre, la abuela Dolores, esto me hacía llorar mientras me sentía un fuerte apretón en    mi mano y escuchaba a mi madre diciéndome no llores, ahora subiremos a ver la Virgen y rezaremos por cuantos se encuentran aquí.