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Jesucristo, explicando su misión en la tierra, dijo que «no había venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en redención de muchos» (Mt 20-28). El gran servicio de Cristo fue la redención del género humano, para lo cual llegó hasta el extremo de ofrecer su vida en perfecto holocausto. Reconcilió a los hombres con Dios. Es la demostración del supremo mandamiento del amor recibido del Padre. Coherente con su misión y su condición de maestro nos enseña: «Quien de vosotros quiera llegar a ser grande, que sea vuestro servidor y quien de vosotros quiera ser el primero que sea vuestro siervo» (Mt 20 26-27). La prioridad y la grandeza del discípulo, del cristiano, consiste en imitar e identificarse con la condición de Jesucristo siervo, sirviendo a Dios en sus hermanos en la Iglesia y a todos los hombres.

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Hacer de la vida un servicio no es tarea fácil para el cristiano, «porque el reino de Dios no consiste en palabras sino en virtud» (1 Co 4,20) y la práctica de una ayuda constante a los demás no es posible sin sacrificio. Se precisa una recta conciencia, bien formada, que produzca frutos de buenas obras y sepa respetar la libertad de la conciencia ajena. Se necesita una rica vida interior, adquirir doctrina y vivir de fe para poder darla. Se ha de proporcionar un servicio abnegado que agranda el corazón y lleva a buscar la dignidad y el bien de las gentes de cada país: para que haya cada día menos pobres, menos ignorantes, menos almas sin fe, menos desesperados, menos guerras, menos inseguridad, más justicia, más caridad y más paz.

Se ha de evitar que muchos cristianos abandonen cobardemente el trabajo en muchos campos nobles y lícitos, dejándolos en manos de los enemigos de Dios y de su Iglesia. Es necesario actuar con decisión y no caer en la cómoda pasividad de quienes abusan temerariamente de la Providencia divina y esperan unos auxilios extraordinarios, que el Señor no tiene por qué dar, si no se ponen los medios humanos que están a nuestro alcance. Hay algunos que cuando oyen hablar de servicio se asustan porque están llenos de soberbia y no consideran que en el mundo nos servimos unos a otros. No hay nadie en la tierra que, de alguna manera, no tenga que servir a los demás, porque dependemos de los que están próximos y de los que están lejos, de todos. Servimos a los demás y hemos de hacerlo gustosamente, con la alegría que el Señor ha puesto en nuestro espíritu, recodando lo que nos enseñó: «Cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis» (Mt 25, 40).
2 La tarea del cristiano es una labor secular, laical, de ciudadanos corrientes, iguales a los demás, que viven desprendidos del mundo, pero, al mismo tiempo, en el mundo amándolo como criatura de Dios, puesta a su servicio, de cuya administración ha de rendir cuentas, santificando el trabajo, realizándolo con la mejor perfección posible por amor de Dios. Trabajar es servir puesta la mirada siempre en el cielo, codo con codo con los colegas, procurando acercar almas a Cristo y a su Iglesia, en una abnegada y humilde misión, sin bombo y sin platillo, de amistad y confidencia, sin esperar una mirada de agradecimiento en la tierra. En definitiva, es a Cristo a quien servimos. Somos sus servidores, por él redimidos y elegidos y con él identificados. Si Cristo reinó sirviendo, también para el cristiano servir es reinar.