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El acto que cada año se celebra en la cárcel de Menorca con motivo de la patrona de los presos y de los funcionarios de instituciones penitenciarias debería servir para liberarse de prejuicios sobre los delincuentes. Cumplen una condena, que es sinónimo de pagar una deuda, con el agravante de que lo hacen encerrados, sin libertad. El objetivo es que mientras la pagan se preparen para no volver a entrar. En los discursos se escucha la teoría de la reinserción. Uno de los problemas de la sociedad de hoy es que se desprecia la teoría, como si no sirviera para nada. Cuando es el referente, al que a menudo nadie mira. Los expertos sabios que no quieren ser ejemplo de nada suelen decir: «haz lo que digo, no lo que hago».

La relación entre los presos y el resto del mundo, especialmente con los funcionarios, que tienen más cerca, es complicada. En ese ámbito es posible descubrir lo peor y también lo mejor de las personas.

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Lo que no me parece justo son los tópicos sobre los presos, que se reflejan en muchos comentarios en el diario y eso que la mayoría no se publican. Que viven mejor que el rey emérito, que están mejor atendidos que nuestros ancianos, que aunque sean tan menorquines como tú y yo, deberían cumplir las penas cuanto más lejos mejor, y que la cárcel de Menorca nunca debería haberse construido en una Reserva de Biosfera como la nuestra.

Un número considerable de presos están allí por delitos contra la seguridad vial. La mayoría tienen problemas de adicciones. También hay otro grupo numerosos por violencia contra una mujer. Están allí porque son responsables de un delito. Y por eso no pueden disfrutar de la libertad, que es el bien más preciado.

Todos cumplen una condena y cuando se complete el tiempo de privación de libertad habrán pagado la deuda. La sociedad no puede convertir una deuda saldada en una condena perpetua. Y debe poner los medios para ayudar a un preso a no volver a serlo.