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Donald Trump, en mi opinión, forma parte de un selecto club de líderes desequilibrados, junto con Maduro, Ortega, Putin, Milei y Kim-Jong-un. Su intervención en el debate con Kamala Harris fue surrealista, propia de quien sabe que cuanto mayor sea el disparate más le votan. Pero lo peor es que probablemente esta idea no es fruto de una estrategia premeditada de los republicanos, sino que él es así, Un loco peligroso. Está convencido que la delincuencia baja en todos los países del mundo porque todos mandan a los delincuentes a Estados Unidos, por eso hay inmigrantes que se comen a las mascotas en Springfield. Lo más importante debería ser que no tiene plan para la sanidad en su país y no que un forastero muerto de hambre se ha comido un perro y no una hamburguesa de McDonalds.

Pero Estados Unidos es una democracia y si Trump vuelve a la presidencia en noviembre será porque los ciudadanos le votan. ¿Por qué le votan? Quizás porque están hartos de los líderes del sistema, porque están muy enfadados por los agravios que les afectan, porque ha germinado en ellos la semilla del odio con argumentos, porque la verdad no les importa, convencidos que los medios mienten, y porque en definitiva no les importa la democracia o ya no creen en esa frase de mínimos:«La democracia es el peor de los sistemas, a excepción de todos los demás».

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El barómetro mundial de Open Society Foundation asegura que el 43 por ciento de los jóvenes menores de 36 años opina que el mejor sistema de gobierno es una dictadura militar. El 86 por ciento de los más de 30.000 encuestados en 30 países opina que prefieren vivir en democracia, pero la opinión es muy distinta entre las generaciones que vienen.

Trump no engaña. Todo el mundo sabe que no es un ejemplo en la defensa de la justicia imparcial, los negocios limpios, el respeto a los derechos humanos. No le votan para que defienda la democracia sino para que la destruya.