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Estar emparentado con un héroe de la guerra de Troya era un gran signo de distinción en la antigüedad. Es muy sabido, pues lo cuenta «La Eneida», que Eneas fue progenitor de Rómulo y Remo, pero no tan conocido que se atribuye a Ulises la fundación mítica de Lisboa (Ulisipona). Al troyano Bruto se le relaciona como antepasado de los britones del rey Arturo, y Pontevedra sería hija de Teucro, otro combatiente del ejército de Paris y Héctor.

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En sus «Antigüedades célticas de la isla de Menorca» (que el IME reeditó en 2018), Joan Ramis i Ramis cita al cónsul y poeta romano Silio Itálico, quien en su relato sobre las guerras púnicas aseguraba que los honderos baleares que tenía Aníbal en su tropa eran descendientes de Tlepólemo, hijo de Hércules y capitán de nueve naves aqueas en la guerra de Troya. Este personaje mitológico fundó varias ciudades en Rodas, donde se refugió tras matar a su tío, entre ellas, Lindo, de donde según Silio procederían los primitivos menorquines.

Está claro que este origen no se corresponde con la verdad histórica, pero ¿cómo vamos a despreciar este relato que nos convierte en descendientes del forzudo y valeroso hijo de Zeus y la mortal Alcmena y nos entronca con la gran batalla que Homero contó en «La Ilíada»?