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Vivir en soledad está penalizado socialmente, nos tienen programados para hacer match, estar en pareja, contribuir si es posible con retoños al sistema y siempre ha sido así. El lenguaje lo demuestra con términos despectivos para designar a los que, entrados en años, no han formado una familia, los solterones. Sin embargo estamos en el momento de la historia en el que más personas abrazan esa vida en solitario, no siempre por voluntad propia sino porque las circunstancias les han llevado a ello.

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Los hogares unipersonales, en los que vive un solo adulto sin hijos, han aumentado en todos los países europeos y en España suponen el 28 por ciento del total, 5,4 millones de personas según el Instituto Nacional de Estadística. En Menorca el último dato es de 8.853 hogares unipersonales. Gente que enviudó, se divorció o que nunca llegó a emparejarse; tal vez vivieron con sus padres hasta que estos faltaron, o desde el minuto cero decidieron que así, solos, eran felices. Lo cierto es que muy pocos podrían disfrutar de ese hogar si tuvieran que pagar los precios actuales, porque sus rentas son muy inferiores a las que se exigen hoy en el mercado del alquiler o la compraventa. Por otro lado, hay situaciones insanas, con parejas infelices que no se separan por miedo a no poder encontrar una vivienda.

Estar solo puede ser estupendo para unos y suponer un problema emocional para otros, pero en ambos casos tiene un precio muy alto. No se comparten recibos de suministros y servicios, que suelen tener unas tarifas base de las que no se puede escapar por mucho que se reduzca el consumo; no se reparten el alquiler ni los gastos de vacaciones ni mucho menos la hipoteca, porque no te la conceden aunque seas solvente y tengas trabajo estable. No hay ayudas, ni rebajas fiscales u ofertas de grupo. La pareja con hijos se sigue viendo como la norma pese a que la corriente social va por otro lado. Y la soltería paga su particular impuesto porque a los ojos del resto, siguen siendo unos privilegiados.