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Corre la vida que se las pela. No puedo dar crédito a mi percepción actual del paso del tiempo, galopante, vertiginoso, comparada con los tiempos juveniles en que parecía extenderse ante nuestros ojos como una inmensa pradera en la que retozar sin límite de tiempo hasta que nuestras madres nos llamaban al orden con aquel sugerente e irresistible al·lotets a dinar! Cuento mis aventuras marineras a los jóvenes y no parecen creerse nuestras eternas vacaciones de entonces, a las horas gastadas pescando cabots o jugando a las chapas (taps lo llamábamos), a las tardes domingueras viendo bailar a nuestros    mayores en el Club Marítimo, a las sentadas en la vorera con los pescadores, absortos en sus prodigiosos juegos de manos con los avíos de pesca para repararlos… En fin, cosas del siglo pasado (nunca imaginé llegar a usar esta expresión, «el siglo pasado», nada menos).

Ahora me cuesta asimilar a la certeza de que el verano se esté acabando cuando no hace tanto que comenzaron los sofocones. También parecía que no podríamos salir de restaurantes por la masificación y los precios y resulta que gente sí, pero no tanta, y poco gastadora, a excepción de los megaricos usuarios de agroturismos de lujo. Según me cuentan, los que sí hacen su agosto son los mercadona boys, desbordados en sus secciones de comida preparada. Entre estas nuevas costumbres, la de las furgonetas/habitáculo y los vuelos low cost, entramos en una dimensión turística desconocida, que incluye a mi venerada fruta de temporada: si no estás atento, te quedas sin esa pequeña maravilla que son las peras de la nau o que te den un brote de perejil en lugar de unos golosos ejemplares de pera fina, como me ocurrió el otro día en un súper donde la dependienta no atinaba con mi fruta preferida.

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2 Pero todo eso se lo ha llevado por delante la siniestra DANA, que ha pasado por la isla como el caballo de Atila, dejándonos con el corazón en un puño, las tanques anegadas y las playas más desaparecidas de lo que estaban. Quin desastre! Ha sido la exclamación de un día de la virgen de agosto inédito, así como el intercambio de videos con papel protagonista para la riada de Es Mercadal. Escribo estas líneas el día siguiente mientras escucho un vinilo de jazz clásico (el trombón de Jack Teagarden en este caso) y observo de reojo el cielo encapotado a través de un ullastre quieto como un muerto,    y un    inquietante silencio que no augura nada bueno (¿se repetirá esa maléfica gota fría?)

Y mientras este artículo cajón de sastre va avanzando hacia un final que ignoro, tengo la mala idea de bajar a Mahón City en uno de estos días encapotados y con ráfagas de viento que para nada invitan a un baño, y me encuentro con una ciudad tomada por oleadas de esos turistas con quienes mantenemos una extraña relación de amor-odio. Surge, espontáneamente, algún uep aquí con paisanos que habías perdido de vista anegados sus rostros (y el mío) por la torrentera de    vida que arrastra recuerdos y sensaciones. Un veterano paseante me para en sa costa de sa Plaça para hacerme saber que soy el primer indígena que se encuentra en su paseo matutino entre la muchedumbre…

Y si hace unas semanas era la cantante Françoise Hardy, icono de una época en que tous les garçons et les filles de mon âge «acompañábamos» a las chicas por la Esplanada, la que nos dejaba huérfanos, hoy    nos llega la noticia de la desaparición de otro mito de nuestra juventud, el actor francés Alain Delon, guaperas imbatible a quien se puede aplicar el veredicto de Woody Allen referido a otro seductor mítico, Warren Beatty: («me gustaría reencarnarme en los dedos de    Beatty») sentenció el cineasta neoyorquino… Hoy esbozamos una sonrisa de admiración y envidia retrospectiva    por ese seductor de seductores que se llamaba Alain Delon y que acaba de fallecer es su casa del valle del Loira y no parece que en buena armonía con su familia. Y es que no se puede tener todo.