Existen novelas que, durante décadas, fueron consideradas como «menores». Probablemente porque sus lectores no percibieron su profundidad y no supieron aplicarse las recomendaciones éticas que defendían. Una de ellas sería, sin duda, «El doctor Jekyll y el señor Hyde», un relato de Robert Louis Stevenson. La historia es sobradamente conocida: cada vez que el científico Jekyll ingiere una determinada poción se transforma en un monstruo, en Hyde. Brillante metáfora del mal que en todos anida y que conviene no liberar. Cuando odiamos no hacemos otra cosa que lo descrito en la historia de Stevenson: dejar sueltas nuestras miserias. Quien más quien menos ha experimentado en alguna ocasión esa insana mutación. Incluso la ha padecido algún político relevante que, insatisfecho por un resultado electoral, ha dejado aflorar a la criatura, mudándose en un sheriff vengador que, entrando en el Congreso como si se tratara de un «salón» del lejano oeste, ha lanzado al personal ultimátums, erigiéndose, paralelamente, en el inminente expendedor infalible y único de certificados y purezas democráticas. «Palmeras» a lo Lola Flores no le han faltado. ¡Qué triste!
Contigo mismo
Un monstruo en nuestro interior
19/06/24 4:00
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