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Cuando nos encontramos enfermos, acudimos en busca del personal sanitario. Difícil y duro oficio ese de curar enfermedades ajenas. Un enfermero (Mariano) del hospital Ramón y Cajal (Madrid) me dijo en plena pandemia: «José Mª, procura estar por aquí lo menos posible, esto es una ganadería de toros bravos». Mariano se refería a que allí había una concentración de virus. Mientras tanto él luchaba con una cirugía abierta que no acababa de cerrar. Aparte de su ciencia, derrochaba amabilidad dejando claro que es más fácil coger un bisturí y abrir que poner unas grapas y esperar a que la naturaleza haga el resto. Más de un mes tardó Mariano y mi abdomen en ponerse de acuerdo para conseguir que cerrase aquel «socavón». Mientras curaba mi herida recordé la anécdota de la madre Teresa de Calcuta el día que fue a visitarla Lady Di (princesa Diana de Gales). A la sazón, estaba la madre Teresa curando a una enferma con una gran herida infectada de pus. Al presenciar aquella cura, la princesa exclamó: «ni por un millón de libras haría yo eso», a lo que la madre Teresa contestó: «yo tampoco».

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Recuerdo que un neurocirujano del hospital de la Princesa me dijo: «un buen profesional tiene que ser capaz de realizar un trasplante de hígado por la mañana y al mediodía, en un descanso, pasar al bar de la esquina y pedir una ración de hígado encebollado».

Hacía unas horas que, tras una complicada cirugía, me habían colocado un bypass abdominal, estaba solo en una habitación pequeña cuando pasó a verme la cirujana Hidalgo. Me contó que en aquella habitación, en aquella cama, hacía una semana que había fallecido su padre y que venía a ver cómo estaba. Pasó la mano debajo de la sábana y exclamó: «tienes la pierna helada» y retirando la sábana añadió: «¡y negra! No te circula la sangre. El bypass que te han instalado no funciona, se ha formado un coágulo. Hay que operar ahora mismo o tendré que cortarte la pierna». Cinco minutos más tarde entraba de nuevo al quirófano. La doctora Hidalgo me salvó la pierna pero una semana antes no pudo salvar la vida de su padre. La grandeza y la miseria de la medicina a la que están ligados estos profesionales. No es el suyo un trabajo ni cómodo ni sencillo y la más de las veces, mal remunerado. Y por si fuera poco injustamente considerado por quienes en las quiebras de nuestros cuerpos acudimos a ellos en busca de ayuda para salvarnos de una bacteria que a punto estuvo de mandarme «al huerto de los callaos» o en busca de una doctora Hidalgo para salvarme una pierna. Por más que sé que cuando el paciente enferma para morir no hay ni farmacia ni médico que te salve. Pero benditos sean estos profesionales sin cuya ayuda, moriríamos mucho antes y solo dios sabe en qué atroces circunstancias. Gracias a ellos vivimos más años y gracias a su profesionalidad, la valentía de una doctora Hidalgo, sigo conservando las dos piernas aunque a ella le fuera imposible salvar la vida de su padre.