Es bastante mezquino el hecho de que los votantes no nos sintamos responsables de los fracasos de los gobiernos que hemos votado. Con nuestros voto los llevamos al poder; lo que hagan después es cosa suya, que hará que les sigamos votando o que ya no los votemos, pero no podemos escurrir el bulto si la gestión ha sido mala, al igual que sacamos pecho cuando se logra enderezar algún problema que nos agobia.
¿Por qué les sienta tan mal a los políticos estar en la oposición? No pueden estar en los escaños del parlamento o del senado solo los políticos que han ganado las elecciones. La oposición es fundamental, si no, estaríamos en un sistema dictatorial aupado por cualquiera de los sesgos que han propiciado esa forma aberrante de entender la política. Bien es verdad que incluso en plena democracia, el político hábil busca la respuesta a todo aunque esta no sea del todo convincente. De hecho «el político debe ser capaz de predecir lo que va a pasar mañana, el próximo mes y el año que viene y explicar después por qué no ha ocurrido» (Winston Churchill). Claro que siempre aparecerá alguien que tenga una visión más drástica. Groucho Marx dijo: «La política es el arte de buscar problemas, encontrándolos, hacer un diagnóstico erróneo y aplicar el remedio equivocado». Personalmente, puestos a elegir, me quedo con lo que dijo John Maynard Keynes: «El problema político de la humanidad consiste en combinar tres cosas: eficiencia económica, justicia social y libertad individual».
Ha costado mucho pero hoy tenemos en España la democracia. Hace 2.400 años los atenienses restauraron la democracia en medio de refriegas verbales y físicas, lo que de paso se aprovechó para acusar a Sócrates de «botifler». No huyó, se quedó, creía en la ley. Fue condenado a muerte. Bebió un potente veneno que acabó con su vida. Si cuento todas estas cosas es por no ser excesivamente retórico pero creo que sirven para señalar, aunque sea someramente, lo compleja que hacemos la vida política cuando en el fondo Maynard Keynes dejó muy acertadamente dicho lo que debe ser la política bien entendida.
Algunos políticos llevan lo de hacer oposición al pie de la letra, como si fueran de piñón fijo. Jamás se les ocurre apoyar una decisión que beneficie a la ciudadanía, incluida esa parte formada por la propia oposición. Basta que no lo hayan propuesto ellos y por mucho que vean que es algo necesario, que conviene y que urge corregir, dejan que el problema se enquiste durante años, como pasa con la función que tiene el senado. Ahí nadie da su brazo a torcer, apoyando una decisión por mucho que la vean justa. Es aberrante que un determinado signo político ordene destruir lo que otro signo político mandó construir, como el caso de los scalextrics de Madrid que se crearon y se destruyeron con dinero público. Alguien tuvo que equivocarse: o quien ordenó construirlos o quien ordenó destruirlos.
¿Por qué ese afán tan desmedido en querer mandar? ¿Por qué la utilización del todo vale para alcanzar o para seguir ostentando el poder? Como el caso del señor Sánchez, que está en un tris de resucitar a Puigdemont. En mi opinión, si es o no es una mala praxis, se le parece mucho. En cualquier caso es una decisión que puede llevar a la política democrática a embarrarse hasta las cejas.
Un partido político tiene toda la razón de ser en pretender alcanzar el poder. Pero si los votos no dan no le queda más que intentar sumar otros escaños a los suyos y si no, con la cabeza bien alta, pasar a la oposición, colaborando en la mejor gobernabilidad del país. Poner «palos en las ruedas», el «y tú más» y el «nosotros somos los buenos y vosotros sois los malos», no es más que la pobre labor de políticos mediocres cuando no malos hasta decir basta. Políticos que harían un trabajo impagable si se dedicasen a sembrar patatas.