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Si acudimos al diccionario de la Real Academia de la Lengua, crispación es la acción y efecto de crispar o crisparse. Y éste, define como crispar al efecto de irritar o exasperar a alguien. Vamos, que lo que dijo el ministro Albares de que el atentado de Eslovaquia es síntoma de la crispación «que está recorriendo Europa y también España», puede incluso ser cierto.

Y dijo más. Afirmó que desde el Gobierno se lleva tiempo advirtiendo de esa crispación. Y sostuvo que esas actitudes agresivas se producen «cuando uno convierte al político en enemigo». Y aunque sea un ministro del marido de Begoña Gómez, debo darle la razón. Toda la razón.

Esta crispación no es de ahora, no.    Alguien dirá incluso que la inventó Zapatero, en aquella entrevista con Gabilondo, cuando admitió que «lo que pasa es que lo que nos conviene es que haya tensión». Otros atribuirán el invento a Pablo Iglesias y su entorno de Podemos con aquello del «jarabe democrático». Y si alguno no tiene miedo con encontrarse con los fantasmas del pasado y retrocede a la memoria de la historia aún no censurada, incluso encontrará alguna frase del histórico Largo Caballero de los años treinta y pocos, que pondría los pelos en punta a algún calvo.

Pero no. El enemigo a batir es la derecha. Basta escuchar algunas declaraciones representativas del Gobierno español traspasando la culpa de esta crispación a la derecha y extrema derecha europeas. Incluso después de identificarse al autor del intento de magnicidio contra el primer ministro eslovaco como un militante pacifista. Tampoco son capaces de reconocer que precisamente, en España, los presidentes que perdieron la vida en función de sus cargos representaban precisamente al sector conservador. Vamos, que la perdieron a manos de simpatizantes -por llamarlo de forma suave- de los progresistas…

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Habrá también quien identificará al Pacto del Tinell como el inicio de esta tensión entre los grandes partidos españoles, al proclamarse el total rechazo de la izquierda a cualquier negociación con la otra España a la que tan alegremente se refieren quienes ven el periodo de la transición como un retroceso en vez de un avance.

Negar el consenso es negar el diálogo. Negar el diálogo es negar la otra verdad. Negar la otra verdad, es sin duda, negar al otro. Y si estamos solos, ya no necesitamos consensuar nada. Así funcionan algunos países. Unos más que otros y con un 70 por ciento de la población mundial. Y no parece que vaya a disminuir.

Algunos de derechas, sí.

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