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Históricamente, nuestro afán de transcendencia no nos cabe en el pecho, tampoco en la cabeza, y se derrama sobre muy diversos objetos a los que luego la literatura y las leyendas van impregnando de sentido (la transcendencia en una búsqueda febril de sentido), incluso de ciertos poderes mágicos que determinan el destino de quien los posee. Los anillos, por ejemplo, y cómo no, las espadas. La narrativa popular europea está llena de anillos mágicos con propiedades amorosas o fatales, o ambas cosas, como el funesto anillo de Carlomagno que cita Italo Calvino en su libro de conferencias Seis propuestas para el próximo milenio, y que incluso tras ser arrojado al lago Constanza, mantiene al anciano emperador absorto en la contemplación de sus aguas. Enamorado de ellas. Si se lo hubiese tragado una carpa, como en las historias chinas de monstruos y fantasmas, un pescador capturaría a esa carpa, y su destino quedaría a su vez predeterminado. El anillo es un objeto cargado de signos y significados transcendentes, y qué decir de las espadas y sus leyendas. Pues eso, que transcienden su propia naturaleza, y acaso la razón. Son milagrosas, casi sagradas. Pero hay otros objetos proclives a convertirse en receptáculos de sentido y depositarios del destino, que igualmente aparecen en toda clase de narraciones populares.

Monedas, medallas, llaves, espejos (el espejo es el monarca de todos los mitos y metáforas), pañuelos bordados… Incluso pequeños guijarros, o gemas, suelen acumular propiedades mágicas, como el jade que tenía bajo la lengua al nacer el protagonista del gran clásico chino Sueño en el pabellón rojo. Nuestra tendencia a lo sobrenatural se transmite a los objetos más cotidianos, y aunque ahora la magia no existe, sí existen teléfonos móviles. Versión contemporánea de esos hermosos objetos transcendentes, que puede hacer las veces de anillo, espada, espejo, llave, moneda y hasta de pañuelo bordado. Y además, dan sentido al sinsentido de la vida. Dotan a la gente de finalidad y destino, que como sucede con los objetos mágicos, es el propio móvil. Y cómo vas a comparar un móvil con el anillo de Carlomagno, o el jade del pabellón rojo. Ah, ese es el gran problema.