¿Cómo están, queridos lectores? Les planteo un tema que da para debate, bueno, en realidad creo que no, he empezado de esta manera porque queda bien, pero la verdad es que lo tengo muy claro, pido perdón de antemano y lo lanzo: al próximo que hable de «vender experiencias» le bloqueo en el mundo virtual y en el mundo real.
Ahora no vas a comer a un restaurante, vas a vivir «la experiencia gastronómica de tu vida». Tampoco vas a dormir una noche en un hotel, vas a «disfrutar una experiencia exclusiva en un hospedaje con encanto». Tampoco puedes ir de visita a una ciudad para darle un relajante paseo, necesitas imperiosamente «la experiencia guiada completa del París más único, o del Ulan-Bator más exótico». No te puedes perder nada de nada, faltaría más. A ver si están todos viviendo las experiencias más increíbles del mundo y tú de cañas por Albacete, durmiendo en casa de un colega y comiendo torreznos de pie en una barra de madera pegajosa.
Vamos a centrarnos por favor. Si tienes pasta, honrada por supuesto, y te la quieres gastar en lo que te dé la gana, adelante con eso, menuda obviedad. Pero no vendas el rollo de que disfrutas experiencias únicas, porque lo cierto es que todo es un corta y pega sin alma para hacer caja a lo bestia.
Y de esta manera si tienes las arrugas que te da la edad, serás presa fácil de las clínicas de estética que te prometen la felicidad si te planchas la cara. Si tienes sobrepeso caerás en las garras de la dictadura de lo fit, entrenadores personales que te harán rutinas machaconas y te recomendarán que estés 20 horas sin comer porque así, pasando hambre, se adelgaza. Cuando estés triste serás victima de los cutre terapeutas que te dirán que busques dentro de ti desde el día en que te parió tu señora madre a ver si el cordón venía con una o dos vueltas. ¡Al rico postureo, oiga!
Sí, lo sé, no me he vuelto un gilipollas rematado, aún, soy consciente de que ese mercado va para la peña que se lo puede pagar. Va dirigido a los restos de eso que se conocía como clase media. Evidentemente las élites se parten la caja de risa viendo como los mindundis, que se creen la cúspide cuando son working class- o sea, clase trabajadora Borja Mari-. Intentan tener «experiencias» que copian a las suyas.
Pero ¡alto ahí!, también hay mucho currito, de los que se tienen que fundir más de la mitad del sueldo en el alquiler, que se deja deslumbrar por toda esta pirotecnia. Así se compra alguna cosa cara de marca… bueno de imitación, se engancha algún reality de Neflix que le enseñe la vida de los superricos y glamurosos dueños del planeta, discute con fervor sobre alguna figura mediática que tiene mucho dinero pero es muy campechano porque no escupe a su chófer cuando sube a la limusina, o aplaude a los voceros del sistema que les habla de la cultura del esfuerzo y la meritocracia, que son las dos grandes mentiras de este siglo.
Les confieso que yo mismo me he tragado dobladas algunas de esas «experiencias». Una vez me compre en un mercadillo unos calcetines «Neke» y me he zampado varios capítulos de «Mujeres ricas en Bervely Hills». No pasa nada, la vulnerabilidad nos humaniza. Ahora bien, les aseguro que donde estén esos torreznos, esos amigos, la familia y unas birras bien frías, allí estaré yo. Esos ratos en una barra pringosa sí que son «experiencias que llegan al alma». Hasta que venga un instagramer para hacerlo viral y lo joda todo, les deseo mucho lúpulo y un feliz jueves.
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