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«Amb euros puc comprar festes, però no alegria, luxes però no bellesa, algú qualsevol, però no un amic, una casa però no una família, i com em deia algú: ‘Un lloc al cementeri, però no al cel’»

Bosco Faner Bagur

LA DECISIÓN. Hacía tiempo que lo buscaba, sin hallarlo: el mundo para el cual le habían preparado. Uno humano de y para los humanos… Se lo habían ido hurtando lenta y sutilmente. Como, probablemente, también a usted. Aquel lunes    (el día en que decidió emprender su particular conflicto bélico en contra de un mal entendido sentido del progreso), minutos antes de iniciar su primera batalla, X recordó las palabras de Chaplin en «El gran dictador»: «Nuestro conocimiento nos ha hecho cínicos. Nuestra inteligencia, duros y secos. Pensamos demasiado y sentimos muy poco».

X llevaba años posponiendo su declaración de guerra, probablemente porque la sabía perdida de antemano. Hasta que leyó una frase anónima que actuó de acicate y que rezaba así: «La utopía es inalcanzable desde el momento en que interiorizamos la idea de que nada se puede hacer».    «¡Y una mierda!» –se dijo-. Porque X estaba ya harto de la mala educación reinante; de los servicios de desatención al cliente con lemas previstos de antemano y recitados por obreros/cortafuegos mal pagados; de esa única ventanilla bancaria que propiciaba largas colas en las que ancianos, madres con niños o personas con discapacidades tenían que aguardar de pie durante eternidades; de doctores con tiempos medidos que les impedían ejercer su profesión con calma y empatía; de intempestivas llamadas/spam; de que se valorara a las personas en base a su saldo bancario; de la situación de los enfermos de ELA abocados a una eutanasia forzada por falta de recursos y por los que ningún partido político -¡ninguno!- había hecho hasta la fecha nada… Harto de las contraseñas; de las citas previas; del cabreo generalizado; de la supremacía de las nuevas tecnologías sobre las viejas relaciones personales, de…

LA CONTIENDA. Primer día de conflicto.- X comunica a todos sus contactos que deja WhatsApp. Conocen su número telefónico. Está, pues, localizable. Les explica que anhela, más que leer escritos minúsculos de ortografía maltratada, escuchar la calidez de una voz, asimilar el estado de ánimo de un colega, «pegar la hebra», en definitiva. X aún no lo sabe, pero de los 182 contactos, solo cuatro le permanecerán fieles. Los que, en definitiva, verdaderamente importaban…

Segundo día.- X acude a su banco, les retira su nómina, anula sus tarjetas de crédito (únicamente gastará aquello de lo que disponga) y se pasa a una entidad    solidaria o a la menos insolidaria.

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Tercer día.- Se da de baja de MUEVESTAR, de PLENIX y de otras plataformas televisivas. Acude a una sala de cine. Las palomitas le saben a gloria…

Cuarto día.- X deja de comprar por Internet. Se da un garbeo por una frutería, por una carnicería y por una ferretería. Regala y recibe sonrisas. Averigua los nombres de los vendedores… ¡Qué gozada hablar con quien, previamente, no le pide un número de PIN!

Quinto día.- X recibe una llamada telefónica publicitaria que deja en espera…

Sexto día.- Entra en estanco. Compra sellos, sobres, papel y una hermosa estilográfica con la que intentará recuperar la belleza de su caligrafía y la corrección en el uso del lenguaje…

Séptimo día.- Visita a unos compadres. Ellos esperaban, a lo sumo, una videoconferencia… Abrazos. X recuerda el calor que estos desprenden…

Octavo día.- Hojea su viejo Espasa-Calpe… ¡A tomar por culo san google!

Noveno día.- ¿Ira? ¿Rabia? ¿Depresión? ¿Desencanto? ¿Soledad? ¿Nerviosismo? X se siente francamente bien. Tal vez porque, al catar de nuevo la humanidad en su entorno, se percata de esas cadenas invisibles que le habían impuesto y de las que ha tenido el coraje de liberarse. Y entonces un Edmund Burke redivivo le recuerda aquello de que «lo único que se necesita para que el mal triunfe es que los hombres buenos no hagan nada». Y, de pronto,    X descubre    lo agradable y gratificante que resulta dar, de tarde en tarde, un buen corte de mangas…