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Ciudadanos fue una de esas noveles formaciones políticas que tuvo un origen romántico hace poco menos de dos décadas en Catalunya. Creció encadenando éxitos poco previsibles pese al auge del independentismo y llegó a flirtear con desbancar al PP como primer partido de la oposición en el Congreso.

Seguramente Albert Rivera, su líder y fundador junto a Arcadi Espada, Albert Boadella y Félix de Azúa, no supo gestionar el éxito, como tampoco Inés Arrimadas, quien fue su prolongación en territorio catalán en el que llegó a ganar las elecciones, pero decidió emigrar a Madrid donde se vino abajo.
Ese deficiente manejo de los votos provocó una hemorragia interna y externa que en apenas medio año le llevó a pasar de 57 a 10 diputados en 2019, en el que fue el principio de su fin. Ciudadanos debió haber sido el partido que ejerciera la bisagra precisa a derecha e izquierda y habría evitado el protagonismo desatado concedido por el actual presidente a partidos que defienden otros intereses muy diferentes a los de las formaciones constitucionalistas.

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En Menorca, la dedicación de los representantes que han llegado a ocupar cargos institucionales por gracia de las urnas, ha resultado incuestionable en la mayoría de los casos, y se ajusta a la concepción original del partido naranja. El Ayuntamiento de Ciutadella o el Consell pueden ser un claro ejemplo de ello, con políticos que han insistido en sus postulados en bien de la comunidad pese al difícil papel que les ha correspondido en la oposición en los últimos mandatos.

Al menos, en el balance del cierre de la formación en Ciutadella, va a quedar un gesto para el recuerdo, nada frecuente, solidario y enriquecedor, que devuelve parte de la credibilidad perdida entre la clase política.

Los responsables del partido han echado el cierre, lo han disuelto, y una vez finiquitadas las cuentas han entregado al Consistorio los 9.145 euros que les quedaban en caja para que se destinen a fines altruistas. No podían tener un final más ético y elegante.