Algunos dicen que se ha avanzado en la Cumbre del Clima de Dubái. Que al fin se reconoce que es imprescindible dejar de utilizar los combustibles fósiles, es decir, el carbón, el petróleo y el gas, gases de efecto invernadero causantes del calentamiento global y por tanto del cambio climático. Y que por fin se habla de acelerar la transición desde los combustibles fósiles de una manera «equitativa y ordenada». Y se indica también que esta década es decisiva para la implementación de medidas encaminadas a reducir las emisiones de GEI.
Pero en el texto final de Dubái no se habla de eliminar o abandonar los combustibles fósiles progresivamente. Se emplea de forma ambigua e intencionada la frase «acelerar la transición» para alejarse de los fósiles en los sistemas energéticos, aunque sí se indica la necesidad de reducir el 43 % de emisiones para 2030 y del 60 % para 2035 con respecto a 2019 para llegar a cero neto emisiones en 2050. Deja a cada país la formula a elegir para reducir sus emisiones. Y ahí está uno de los problemas denunciados por distintos colectivos sociales y ambientales. ¿Cómo reducir? En el texto se habla de triplicar las renovables y duplicar la eficiencia energética de aquí a 2030, algo aceptado por todo el mundo, pero también utilizar como energías de transición las nucleares, el hidrógeno de baja emisión y las tecnologías de captura de carbono, algo muy criticado por esos mismos colectivos y por algunos países, que las califican como falsas soluciones. Los peligros de las nucleares son algo evidente; el hidrógeno de bajas emisiones contempla su obtención a partir de la electrolisis a través de renovables, nucleares o técnicas de captura de carbono, y en cuanto a la captura de carbono es una tecnología no desarrollada y puesta en duda por gran parte del mundo científico.
2 Otro motivo de preocupación es la financiación para lograr dichos objetivos. Como se sabe, los principales responsables de la actual situación climáticas son los países del Norte, aunque las consecuencias son globales y particularmente afectan en mayor medida a los países del Sur que cuentan con menos recursos económicos y tecnológicos para enfrentarse a los retos actuales. Si bien se ha creado un Fondo de Pérdida y Daños para financiar la transición de los países más vulnerables, lo trata de forma imprecisa, situándolo a partir de 2025 y no aclarando si serán subvenciones o préstamos, pero lo gestionará el Banco Mundial, algo que no es precisamente una garantía.
También resulta decepcionante la referencia a la eliminación gradual de los «subsidios ineficientes a los combustibles fósiles», lo cual no significa que se vayan a eliminar.
Sí que resulta destacable que por primera vez se hable de «reducción de emisiones para toda la economía, que cubran todos los gases de efecto invernadero, sectores y categorías y estén alineados con el calentamiento global a 1,5 °C». Esto significa que se ha de abordar, por ejemplo, el metano procedente de los sectores agrícola y de residuos, algo fundamental que debería incluirse de forma obligatoria en las Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC) que refleja los objetivos de reducción de emisiones de cada Estado.
También es reseñable la Declaración Conjunta sobre el Clima, la Naturaleza y las Personas sobre las interrelaciones e interdependencias entre la acción sobre el clima y la biodiversidad. Obviamente es solo una declaración sin consecuencias prácticas, pero al menos enuncia una realidad ambiental poco difundida. En este sentido también se ha de interpretar la inclusión en el documento final de los acuerdos de biodiversidad de Montreal y Kunming.
Pero ¿realmente esto es motivo de alegría? En este año que termina hemos alcanzado los 1,46ºC de subida de temperatura media del planeta desde el inicio de la era industrial. Estamos por lo tanto a 0,4ºC de alcanzar los 1,5ºC que no deberían superarse tal como se indicaba en París para no entrar en una fase climática incierta. Y superar los 2ºC, también contemplado como posibilidad en París, algo no descartable dado el aumento constante del gasto energético basado en fósiles, supondría entrar en una fase de consecuencias imprevisibles.
Se han conseguido avances, que para algunos son históricos, pero hay que ser conscientes de que esta cumbre solo ha dado algún tímido paso en la dirección correcta cuando serían necesarios pasos de gigante para poner freno a la amenaza climática. Y no se dan. Da la impresión de que dan largas a algo que todo el mundo sabe y que no admite perder más tiempo. La amenaza climática está ahí y exige respuestas contundentes. Sin greenwhasing. Sin hacer trampas. Europa, por ejemplo, las hace con la Taxonomía europea, un sistema de clasificación de actividades económicas sostenibles desde el punto de vista ambiental, incluyendo en febrero de 2022 el gas y la energía nuclear como inversiones «verdes». O multinacionales y varios países manteniendo inversiones en fósiles, según muestra el informe de Brecha de Producción 2021, elaborado por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), que prevén producir hasta 2030 combustibles fósiles un 110% superior a lo que sería coherente con el objetivo del 1,5ºC. No olvidemos tampoco que los compromisos de los NDC son voluntarios, no vinculantes…
Se ha avanzado, sí. Pero escasamente, con lenguaje deliberadamente ambiguo y poco resolutivo que hace difícil llevar a cabo las metas asignadas. Es increíble que al frente de la cumbre haya estado el presidente de una empresa petrolera, así como que las grandes multinacionales de las fósiles estén presentes en la cumbre cabildeando con sus lobbies y los países que las apoyan.
Mientras no se cambie el sistema en el que vivimos será muy complicado avanzar de verdad. Un sistema basado en el crecimiento económico continuo demanda crecimiento energético continuo, por lo que resulta difícil pensar que se avanzará suficientemente en los objetivos de transición energética.