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Estos días se han reúunido los líderes mundiales en Dubái para tratar uno de los temas que más preocupa a la comunidad científica: el calentamiento global. La emergencia climática ha llevado a la comunidad internacional a organizar diferentes Conferencias de las Partes (COP) destinadas a abordar el calentamiento global. La que se está celebrando ahora en Dubái es la COP28. El Acuerdo de París (COP21) es el primer acuerdo legal universal destinado a tomar una acción multilateral contra el cambio climático. Este Acuerdo tiene como objetivo a medio plazo mantener el aumento de la temperatura mundial por debajo de 1,5 ºC en el año 2030; mientras que su objetivo a largo plazo es que el incremento de la temperatura se sitúe por debajo de los 2 ºC en el año 2050. No alcanzar los objetivos climáticos implica no detener los efectos del calentamiento global sobre los ecosistemas y los sistemas humanos: mayores temperaturas, eutrofización, acidificación de los océanos, menores precipitaciones, aumento del nivel del mar o eventos más frecuentes y extremos, entre otros. Estos eventos, alerta la comunidad científica, comprometen seriamente el devenir de nuestra civilización.

Mientras todo esto sucede, los economistas se toman la cuestión del cambio climático a su manera. William Nordhaus, profesor de la Universidad de Yale, recibió el premio ‘Nobel' de Economía en 2018 por su trabajo sobre la economía del cambio climático. Mientras que la comunidad científica advierte de que el actual ritmo de calentamiento global terminará siendo desastroso para la humanidad, los trabajos de Nordhaus y de otros autores en la misma línea creen que éste no será tan devastador. El trabajo de Nordhaus, que, según el comité del Nobel, «nos ayuda a responder la pregunta de cómo podemos lograr un crecimiento económico global sostenido y sostenible», da a los gobiernos un «argumento científico» para otorgarle al cambio climático una prioridad relativamente baja. Nordhaus concluye que lo óptimo sería lograr, mediante impuestos a las emisiones de carbono, que la temperatura global aumente 4 °C. Alcanzar ese objetivo solo implicaría una reducción del PIB del 4 por ciento.

El trabajo de Nordhaus recibió numerosas críticas porque deja fuera del análisis actividades económicas que representan el 87 por ciento del PIB (entre ellas la manufactura, la minería subterránea, el transporte, las comunicaciones, las finanzas, etc.), bajo el supuesto de que esas actividades «se llevan a cabo en entornos cuidadosamente controlados que no se verán directamente afectados por el cambio climático». Pero, sobre todo, los resultados de Nordhaus son irrelevantes porque un incremento de la temperatura mundial de 4 °C es incompatible con la vida humana. La comunidad científica alerta de que incluso un aumento de la temperatura media de 3 °C es incompatible con la vida humana (véanse los informes sobre el calentamiento global del Grupo Intergubernamental de Expertos para el Cambio Climático). Así de claro. Para que el lector se haga una idea: un incremento de 3 °C a nivel mundial implicaría, según los expertos, que en España se superarían los 60 grados en verano, lo que es incompatible con la vida humana. Necesitamos urgentemente una buena ciencia económica para abordar seriamente la relación entre economía, emisiones y cambio climático.