Subrayar
Cuando vuelvo a leer un libro que tengo subrayado, naturalmente subrayo otras cosas, pero no puedo tachar los a menudo irritantes subrayados anteriores, porque lejos de anularlos como si nunca hubiesen existido, los reforzaría. Es muy molesto. Qué disgustos nos dan nuestros exóticos gustos pretéritos, ya se trate de libros o personas. La vida consiste en pasmarte de tus propios subrayados. Cómo me pudo gustar esto. Salvo que se trate, por ejemplo, de El sobrino de Rameau, de Diderot, que es lo que vuelvo a leer ahora y da igual lo que subrayes, cuanto más mejor. El psicoanálisis, esa chorrada, pretende resolverlo todo a través del hallazgo de los traumas y padecimientos del pasado, llamados fantasmas de la mente o esqueletos en el armario, siendo así que los disfrutes pasados, las cosas que nos dieron tanto gusto, pueden ser más traumatizantes que los traumas. Y ya no tienen remedio. Ignoro qué subrayaría Freud de joven, pero por ahí se le jodió el invento psicoanalítico. No hay que buscar las frustraciones, sino las satisfacciones, que son lo más difícil de soportar después. Satisfacciones que te dejan pasmado si vuelves a leer ese libro. Pasmado, pero no escarmentado, porque entonces empiezas a subrayar otras cosas, acaso igualmente peregrinas. Nuevos esqueletos sonrientes en el armario.
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