Publicar
Siempre había creído que la ansiedad y urgencia por publicar, incluso pagando, era un trastorno de poetas y literatos jóvenes, convencidos de que si lograban que alguien les leyese, pronto su gran talento se abriría paso, y si no fama y riqueza, al menos se asegurarían la inmortalidad artística, que es la única que existe. Cuando yo mismo era joven, esta dolencia estaba aún muy extendida, y tuve ocasión de conocer varios novelistas inéditos, y prolíficos poetas en verso libre, que se comportaban como auténticos genios incomprendidos. Publicar era su obsesión, y aunque desde la aparición de internet y la posibilidad de que cualquiera colocase sus obras maestras en las redes digitales remitió un poco, ese afán enfermizo de publicar (hacer público algo) seguía siendo cosa de escritores. Pero parece que ya no es así. Los científicos y académicos padecen ese síndrome editorial con mucha más intensidad que un poeta romántico del siglo XIX, ya que si no logran exhibir una larga lista de publicaciones en revistas científicas, su carrera está acabada, y ni siquiera pueden suicidarse como hacían esos poetas.
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