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No ha sido un verano al uso, pausado, tranquilo, sin sobresaltos. Agosto ha ardido en los fuegos del cambio climático por mucho que los listillos del barrio nos digan que siempre ha habido olas de calor, sí, pero... ¿Tantas?, ¿de esta magnitud que nos ha acercado a esos insólitos y efervescentes cuarenta grados? Y qué decir del aumento de las aglomeraciones y de los accidentes de tráfico y del menos comentado de las infecciones por covid. En este aspecto, un negacionista activo y algo altivo (no se vacunó, proclama orgulloso, como si mostrara una medalla olímpica) me cuestionaba hace unos días la bondad de las vacunas que, a todas luces, han cambiado para bien la evolución y gravedad de la pandemia.

- Experimentaron con nosotros -me dice

- Afortunadamente. Había cierta prisa. Era urgente cortar aquella avalancha de contagios.

- Pero ¿de verdad que no sientes algo de fatiga, inapetencia? ¿No tienes tos, ni siquiera un carraspeo? -me espetó, incrédulo, cuando le confesé que me había inoculado todas las dosis prescritas.

- Me siento cansado de vuestras monsergas, pero por lo demás no he sentido nada anómalo después de las inyecciones, aunque no voy a negar que haya podido haber complicaciones en algunos casos. Pero no estaríamos así de no ser por la vacunación masiva…

Pero es que este verano también ha seguido en la brecha el negacionista de la Verdad con mayúsculas, inventor del próspero negocio de las fake news, Donald Trump, gestor de barrizales y experto en enjuagues diversos, que tiene al mundo en un sinvivir por la posibilidad de que la América profunda le ponga de nuevo cerca del botón nuclear. Donald también nos ha dado el verano con sus mil y una imputaciones, sus millones de falsedades y su arrogancia sin límites.

Y para redondear el movidito verano está nuestro panorama político que, con las elecciones en julio nos ha dado una dosis extra de calentura que desembocó en lo que pocos esperaban, lo que se ha venido en llamar «amarga victoria» de Feijóo en contraposición a aquella lejana «dulce derrota» de Felipe González cuando fue desalojado del poder por aquel José María Aznar que hablaba catalán en la intimidad y farfullaba tejano cuando ponía los pies en la mesa del rancho de su amiguito del alma George W. Bush.

En esta ocasión, aunque el Partido Popular fuera la fuerza más votada, el patético baile de máscaras en el balcón de la calle Génova, hablaba a las claras de la decepción que dominaba el ambiente. Y es que «ganar las elecciones» es algo más que ostentar la lista más votada en un sistema parlamentario como el nuestro, en el que el ganador real es aquel capaz de articular una mayoría suficiente para gobernar. Veremos si alguien lo consigue, aunque el gran felón parece el mejor situado. De ser así y si no ocurre ningún incidente tipo tamayazo, o la rebelión de «socialistas buenos» tipo García Page o Felipe González, Sánchez será investido, y por si no fuera suficiente «otoño caliente» en perspectiva, todo ello escenificado    en el guirigay de un Congreso de los Diputados    plurilingüe y ¡o cielos!, plu-ri-na-cio-nal... ¡¡Socorro!!

A todo eso, despido el verano periodístico acudiendo a S’Illa del Rei    para tratar de blanquear mi carácter de voluntario fijo-discontinuo, simulando que hago algo, pero el general me descubre y me llama al orden:

- A ver, recluta Bosch, ¿qué está haciendo?

- Yo, ejem, bueno, ordenando papeles aquí en nuestra magna sala de oftalmología…

- Ya, pues desde ahora, culminada la sala oftalmológica, usted y su amigo /colega, el cabo Oteyza, pasan a rastrillar y ordenar hierbajos. Aquí no hay privilegios.

- Señor, sí señor

Y así fue como dos delicados y taimados oftalmólogos cogieron un rastrillo por primera vez en sus vidas. Todo por la Illa del Rei, su líder carismático y sus prodigiosos voluntarios…

Y me despido este año del ullastre hojeando la magnífica revista de ses festes de Gràcia que acaba de editar primorosamente «Es Diari», ese otro milagro de la sociedad civil menorquina junto con la Fundación Illa del Rei y el Ateneo, en el que destaca un espectacular montaje sobre el legendario himno «Es Mahón» que todos entonamos tan cargados de emoción (y pomada) como bien pertrechados de autoironía, vamos, que a los mahoneses nos encanta enfotre’ns de nosotros mismos.   

Que xaleu molt.

P.S. Mis primeros recuerdos de Juan Cubas son los de un niño aficionado al teatro que no se perdía ninguna representación de los «Hermanos Largo» en el campo de Gracia. Lo veo en la cruz con taparrabos (en pleno invierno menorquín), interpretando la pasión    de Cristo, y lo he seguido viendo toda la vida en todos los lugares donde se cocía cultura. Lo tuvimos siempre disponible en el Ateneo donde realizamos algunos montajes teatrales,    escuchábamos sus poemas en Onda Cero y últimamente nos veíamos los domingos en s’Illa del Rei. Enamorado de Menorca, Juan fue una figura irrepetible e irreemplazable. Descansa en paz, amigo.