Ser decisivo
Ser decisivos en algo, aunque sólo fuera la elección de serie con el mando a distancia, siempre fue la gran aspiración de todo pendejo. El refrán «Si no eres nadie, procura ser decisivo», nunca ha llegado a existir porque durante siglos ser decisivo se consideraba irrelevante, propio de quienes no pueden ser otra cosa. Cosa de pendejos, decíamos. Pero ya es hora de que exista, porque gracias a los enrevesados sistemas electorales, sobre todo el nuestro que suele dar sorpresas tremendas, todo ha cambiado mucho en las últimas décadas. El poder verdadero, como el amor verdadero, ya no consiste en hacerlo (lo que sea), sino en ser decisivo. Por seguir con ese refrán inexistente, si no eres nadie pero suena la flauta y de chiripa resultas decisivo, como ciertos pequeños partidillos o el señor Coll en nuestro Ayuntamiento, de pronto tienes el poder absoluto. El poder en sí, que diría Kant. Y sin los inconvenientes y responsabilidades que conlleva, lo que te ahorra las bofetadas que provoca siempre el ejercicio del mando. Normal que cuando a alguien le cae del cielo, sin mayor mérito, ese don decisivo (de hacer chantaje, se podría decir), se jacte de ello y prorrumpa en gritos de júbilo. «¡Soy decisivo, soy decisivo…!», exclaman llenos de gozo.
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