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Un día le echó coraje aquel hombre y acertó a decir que teníamos «una pertinaz sequía». Sequía que a mi modo de ver, es un fenómeno cíclico. Conviene no olvidar que España es el sur de Europa y el sur de España es el sur del sur, muy a la mano del desierto más grande del mundo: El Sáhara.
No llueve ni cuando lo tenía por mejor costumbre, por eso, las buenas y sabias gentes del agro hispano, tenían por cosa hecha, lo de decir «en abril aguas mil». Pues miren ustedes, ahora vamos de una pertinaz sequía, no obstante, tengo prisa en decir que lo de la pertinaz sequía en España es repetitivo, bueno, en España y en otras latitudes, pongo por caso Kenya, Somalia, Mauritania, etc.
Si miramos las hemerotecas, veremos que abundan las noticias sobre la falta de agua en fechas muy dispares.

Parmantier, era un farmacéutico francés, a la sazón preso en la Guayana, y el hombre se la jugó por el empeño que le puso a que la gente comiera patatas (no las comían porque las consideraban venenosas), sin embargo, el empeño del farmacéutico francés acabó por popularizar a la humilde patata que tantas hambres socorrió, sobre todo en la hambruna de 1816-17, que se había perdido todo cereal en Europa porque no llovió ni para que bebieran los pájaros. Las desgracias son como las cerezas que vienen de dos en dos; a la sequía, en ocasiones hay que añadir una plaga de langosta, capaces de devorar enormes extensiones dejando en la miseria a quiénes en esa zona habiten.

Quiero decirles que lo de las grandes sequias no es un fenómeno nuevo y que cuando se pone el tiempo en no querer llover, puede causar grandes desastres que han obligado a poblaciones enteras de muchas partes del mundo a iniciar una emigración, siempre a la buena ventura, viajando con lo puesto y los estómagos vacíos.

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He sido testigo un par de veces de la desazón de los payeses al extremo de sacar a la Virgen en procesión por los campos, para ver si con esa rogativa aparecen las nubes y con las nubes el agua. La primera vez que lo vi, no reunía más allá que el cuerpo y la mente de un niño. Pero esto son las horas, que me llamó la atención que nadie llevara paraguas. Afortunadamente no fui más lejos en mis dubitaciones infantiles. Hoy, seguramente habría añadido: poca fe tienen si piden agua por intercepción divina y nadie lleva paraguas. La vida me ha hecho más ácrata, más suspicaz, más desconfiado. Sí… debe ser eso.

La sequía que padecemos es preocupante a la puerta donde estamos de la campaña veraniega, donde el turista no es precisamente prudente a la hora de abrir el grifo, en cualquier parte donde tenga uno para abrir. El agua de las playas para quitarnos la arena del cuerpo ha sido ya anulada en muchas de ellas; en algunos pueblos, se forman largas colas de gentes con envases de plástico para coger los litros que le correspondan a cada cual, en algunos sitios no son más de 5 litros. Algunos pantanos están ofreciendo una imagen irreconocible, cual es ver la torre mudéjar de la iglesia que llevaba años debajo del agua. En el pantano de Sau, situado en Vilanova de Sau (Barcelona), hay una iglesia que conserva su torre mudéjar hasta hace un par de años cubierta de agua, ahora se puede llegar andando hasta ella por esa carretera con varios arcos de construcción inconfundible, que un día tiempo ha, construyeron los romanos, y que incluso la gente de la zona se había olvidado que existía, porque lleva muchos años debajo del agua. Y esa imagen desoladora de lo que fue un embarcadero lleno de barcas donde no se embarca nadie y las barcas están arrumbadas a estribor o babor, porque ni siquiera hay agua para que floten con un mínimo de dignidad. Y aún a pesar de todos esos ejemplos, la gente en su falta de humanismo llena las piscinas de urbanizaciones, lugares donde por cada tres o cuatro personas hay una piscina, lugares donde da hilaridad verlo por la televisión donde la policía municipal vigila con prismáticos que no se llenen las piscinas. Y esta lacerante contradicción de ver gastar el agua a raudales para mantener los campos de golf, para que cuatro señoritos y señoritas, se diviertan para intentar meter una bolita en un agujero. El riego por invasión o por inundación, no es una buena manera de regar, pero es la manera como lo hemos visto hacer y como se ha hecho toda la vida. Qué difícil es deshacer una costumbre. Pero es que además este año en la Península Ibérica no se va a cosechar prácticamente cereal porque la caña no ha espigado, y si en algunos lugares lo ha hecho, ha sido de forma ruin.

El agua es un bien común y escaso, y cuando estamos en época de prolongadas sequías, tenemos la obligación moral de no usarla como si fuera inagotable.