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En realidad nunca conocí personalmente a Llorenç Villalonga, el escritor mallorquín y universal, pero estuve a punto. Fue en enero de 1973, cuando me entregaron el Premio Ciutat de Palma, en una fiesta organizada en el Pueblo Español de Ciutat de Mallorca, en la Sala Magna, en la que actuaban Los Valldemosa, si no recuerdo mal. Gabriel Janer Manila, que era miembro del jurado, me dijo que me iba a presentar a Llorenç Villalonga, que era el presidente del jurado. Lo que pasó fue que me perdí entre el jolgorio de la gente y de los periodistas -nos perdimos Janer y yo- y no llegué a acercarme a la mesa del jurado. No sé si vale en mi descargo aclarar que yo entonces tenía veintidós años y que creía que las letras catalanas eran poco menos que universales, lo cual no es del todo exacto. La ingenuidad siempre ha sido un lastre en mi carácter, o a lo mejor una ventaja, porque de ilusión también se vive. Yo empecé a escribir creyendo que las letras catalanas y las castellanas estaban interconectadas, y lo que ocurre es que están desconectadas completamente. Recuerdo que por aquella época Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa vivían en Barcelona, y le preguntaron a Maria Aurèlia Capmany si los catalanes tenían algún tipo de contacto con los sudamericanos, y ella puso cara de quedarse a cuadros y dijo que no. Aquella noche, la noche de los Ciutat de Palma, 1972, había una retahíla de amigos que ya desaparecieron. Alexandre Ballester nos llevó a un club nocturno, y cuando digo «nos» me refiero a Josep Maria Llompart, Jaume Vidal Alcover y Llorenç Moyà Gilabert, y ahora mismo tengo ante mí una foto de Llorenç Moyà flanqueado nada menos que por Llorenç Villalonga y Camilo José Cela. Aquella noche, sin embargo, no pude aprender a pronunciar «Moyà» como lo pronuncian los mallorquines, que es parecido a como pronuncian «Deià». Nunca lo he sabido pronunciar como ellos. Muchos años después la fundación Llorenç Villalonga me pidió los manuscritos de mis obras para guardarlos debidamente, pero yo decliné el ofrecimiento pensando que a veces alguien puede ser profeta en su tierra (ya he dicho que de ilusión también se vive).

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Dicen de Llorenç Villalonga que fue un escritor español que escribió en catalán y castellano, una de las figuras más importantes de nuestra literatura. Publicó muchas novelas en El Club dels Novel·listes, entre las que sobresalen «Mort de Dama» y «Bearn». «Bearn» es hoy un clásico de la literatura catalana, traducido a numerosos idiomas.