Ganar la calle cuando se han perdido las urnas es un recurso, sobre todo en la cercanía otra vez de la cita electoral. Así que el sábado se montó una manifestación contra el presidente del Gobierno con acusaciones altisonantes. Luego resultó ridícula la batalla sobre la cifra de asistentes al estilo del CIS por un lado y al de sindicatos por otro. Entre lo que decían unos y otros, bastan las imágenes, había mucha gente. También se dijo que había banderas con el aguilucho, habitual recurso para desmerecerla, pero no hay fotos, cosa rara porque habrían sido portada en muchos medios.
Si subía un cinco por ciento la luz y a Rajoy le montaban manifestaciones por ello, parece lógico que le monten una a Sánchez cuando no solo la luz sino todos los productos energéticos y la cesta de la compra se han disparado. Si entonces la culpa era del Gobierno no vale decir ahora que la culpa es del presidente de Mercadona.
Pero ni una cosa ni la otra, esta vez eran motivos más intangibles como el «secuestro de la democracia» o el «asalto a los poderes del estado» por el presidente de un «gobierno ilegítimo», según repiten algunos, argumento banal. Es absolutamente legítimo porque está formando de acuerdo a los mecanismos establecidos para alcanzar una mayoría parlamentaria. Puede admitirse, en todo caso, la anomalía que supone garantizarse esa mayoría con quien promueve la ruptura del marco constitucional, pero un gobierno anómalo por las circunstancias no es ilegítimo.
Es por tanto tan legítimo como anómalo y tal vez torpe al promover leyes en un sentido que provocan los efectos en el contrario. Y además cabezota al no enmendarlas de inmediato en vez de buscar enemigos quijotescos en los molinos de viento. La protesta en la calle es un aviso también legítimo y quizás anómalo viniendo de donde viene.