A la Navidad y a los festejos que le acompañan le quedan lo que duren los últimos trozos del Roscón en la nevera. Que el 7 de enero caiga en viernes es el regalo final que nos han otorgado Sus Majestades para paliar la bajona que nos da el pensar que no volveremos a vivir rodeados de la excesiva alegría tóxica que suelen pulular por el ambiente del 20 de diciembre al 7 de enero. La gente se «muere de amor» en esta época, sí, pero también los hay que se mueren de náuseas ante tanto afecto en muchos casos exagerado e injustificado. Lo sé, me hago viejo y me he vuelto un poco gruñón. Pero la noche del 5 de enero firmé una pequeña tregua. Imagino que fui capaz de parar todo lo que me rodeaba para centrarme en disfrutar de la magia que desprende la cabalgata real. Por un momento me sentí como un niño disfrutando con la lluvia de confeti y de algunos caramelos de contrabando, buscando inútilmente mi nombre en la carroza de los regalos porque, para qué negarlo, una etiqueta con «Dino» no vende ni genera tanta ilusión ni es tan popular como «Juan» o «María». Después, asumí una de mis funciones preferidas como regidor en Mahón, la de esperar a Sus Majestades en el Ayuntamiento para que el alcalde les hiciese entrega de las llaves de la ciudad para que obrasen la magia, previa presentación del certificado covid o de una PCR negativa dentro de las 72 horas previas. De ellos y de los camellos, que nunca se sabe. Y vaya que sí se logró la magia.
Asseguts a sa vorera
Los verdaderos Reyes
08/01/22 3:59
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