Y mahonesas, que dirían ellas y ellos, se han unido en torno a Iniciativa x Mahón, un colectivo transversal, como dirían también ellas y ellos, que clama contra la desaparición del nombre que antes de Cristo, desde los tiempos en los que los cartagineses rompían lanzas con Roma en el Mediterráneo, ha identificado esta ciudad. No quieren que con el cambio de denominación oficial se pierda un bastión imprescindible para conocer la historia de Menorca.
Forman la resistencia, ese modo de definir a movimientos vinculados a la lucha por el territorio propio en tiempos de invasiones y de la defensa de valores en tiempos de paz. Conjugan una causa de derecho y romanticismo, que intuyen o saben que será aplastado por la maquinaria de la Administración, que desde Palma ha requerido al Ayuntamiento.
No pasa desapercibido que en las tres décadas de manoseo de la cuestión, con interesante debate, todas las manos que han intervenido han sido ajenas al municipio. Las distintas corporaciones municipales, con la excepción de las primeras de Borja Carreras-Moysi y la más reciente de Águeda Reynés, han sido dóciles y colaboracionistas con el régimen que llega desde otras plazas.
Me temo que Mahón va a quedar como un distintivo de calidad que resistirá en marcas, corazones y durante unos días en el mapa del tiempo de TVE. En otros ámbitos ya ha ido desapareciendo. La semana pasada me llamó un encuestador y me preguntó por el municipio de residencia. Al contestar Mahón, porque me hablaba en castellano, me dijo que no existía, no le aparecía. Tal vez Maó, añadí, «Sí, Mao -tal cual- sí que está. ¿A qué provincia pertenece?», dijo aliviado. Pues pon mismamente Wuhan, pensé, antes de situarle educadamente en el mapa. Superado el apuro, respondí sus preguntas con paciencia franciscana durante diez minutos.