Si abrimos o simplemente entornamos el ventanuco del vivir diario, nos asombraremos al ver cuán injusta es la vida. Pronto habremos de darnos cuenta de que Dios no nos tiene a todos contentos. El mundo está lleno de gente que ya nacen con una cuenta corriente, incluso con algún titulillo, como cuentan que le pasó al hijo de un conocido general que, al nacer a su madre los curiosos y curiosas que acudían a curiosear preguntaron: señora, ¿qué ha tenido usted? A lo que la parturienta contestó: he parido un general. Y qué razón tenía la mujer porque unos años más tarde, aquel hijo suyo se convirtió en general como lo fue su padre y como lo fue su abuelo. Era una casa que las parturientas tenían por costumbre parir generales.
Para algunos la vida es un no parar de meter fotografías del rey en la cartera mientras que otros, por no tener, ni cartera han tenido nunca y raro será que puedan meter alguna fotografía del rey en el bolsillo.
Hay negocios que cuesta creer que los haya montado el ser humano. Algunos son tan optimistas que ya tienen una lista de multimillonarios apartados, futuros clientes para darse en un cohete unas vueltas por el espacio. Unos ‘notas' que no saben qué hacer con su cuerpo y sus millones. Así que en una suprema gilipollez se apuntan previo pago de la mitad del viaje que consiste mayormente en darse un garbeo por entre la chatarra cósmica de cohetes y satélites que, como ya pasa en el Everest, está todo hecho una cochambre. Pero amigo mío, si seguimos mirando por el ventanuco que hemos entreabierto veremos la otra parte, la más mezquina. El 31 de agosto 2021 fue rescatada una patera que procedía de Tan-tan, una ciudad al sur de Marruecos, con 60 personas a bordo de las que fallecieron 30 en la travesía y fueron arrojadas al mar así como iban falleciendo pues morían de sed y de hambre. Hace unos días se rescató una patera tan solo con una mujer a bordo, única superviviente entre las 30 personas que emprendieron el arriesgado viaje prácticamente sin agua y sin comida; murieron de sed y de hambre.
Cuesta creérselo, que en pleno siglo XXI haya gente que muera de sed y de hambre en una patera por no tener el dinero para pagarse un viaje en un barco o en un avión. Es el fin del fin de la más ingrata miseria, mientras que otros no sabiendo lo que tienen que hacer ni con el tiempo que Dios les da ni con los millones que Dios sabrá cómo consiguieron pero que les sobra, no se les ocurre nada más positivo que gastarse una verdadera fortuna para meterse dentro de su ‘supositorio' de acero, léase cohete, y ser lanzados al espacio con poca o ninguna preparación. Pero es que ya no pueden esperar más, no pueden domar sus ansias de hacer algo con sus vidas y sus millones que les lleva a cometer una estupidez absurda con todo lo que podían hacer con el dinero y el tiempo que tan injustamente les sobra. Así de mal repartidas están las cosas, esas cosas que nos hacen tan diferentes y tan distanciados los unos de los otros. Hasta en esa consecuencia final somos diferentes, unos tienen un artístico y caro mausoleo y otros tienen un difunto encima y uno debajo apenas separados por un fino tabique. No hay caridad para más y gracias aun por disfrutar de unos palmos de tierra olvidada en una olvidada sepultura que eufemísticamente sitúan dentro de un cementerio.