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En los años 80, aquellos felices tiempos de gobierno socialista en los que Menorca se puso de moda como el verano presente, hubo ministros que eligieron este destino para sus vacaciones. Algunos como José María Maravall y Tomás de la Quadra compraron casa y son ya uno más en nuestros veranos, tan habituales como Iñaki Gabilondo, Mercedes Milà o Serrat.     

En aquellos felices 80, cuando no había internet ni teléfono móvil, comenzaban su descanso recibiendo una mañana a los periodistas para comentar los asuntos de actualidad sin el estrés de la vida en la capital. Todo empezaba entonces, solo el terrorismo enturbiaba el clima, la corrupción y la crispación vinieron después y han echado raíces.

Otros como Claudio Aranzadi y Mercedes Cabrera siguieron la estela y, ahora, Teresa Ribera, quien probablemente ya vacacionaba en Menorca antes de ser ministra.

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La subida constante del precio de la luz de la semana pasada la ha puesto en la diana de todas las críticas. No ha ofrecido soluciones pero tampoco ha eludido las explicaciones. Otra cosa es que se entiendan y que logre espantar los recelos hacia el poder de las eléctricas que dan confort a tanto exministro.         

Ribera, que es además vicepresidenta tercera del Gobierno y que tiene mucho que decir del reparto millonario que llega de Bruselas, ha dedicado una mañana a vender la tela entre los alcaldes y otras autoridades. «Ja que hi som», como se dice aquí, aprovechó la oportunidad, había pasado la ola de calor y el precio de la luz había caído.

No sé cuánto dinero llegará ni cuánto programa verde o azul se pondrá en marcha con la lana que se anuncia. Lo que dejó claro es que la chimenea de la central del puerto seguirá echando humo gris y contaminante, el «jaquisom» ha sido oportunidad perdida para ofrecer una noticia esperada desde hace décadas.