Ignorar con la que está cayendo que hay mentiras que ganen juicios, sería una prueba de ignorancia total o una gran mentira en sí misma. ¿Por qué se dice con interrogante tantas veces que el juez no se cree lo que le está contando fulano o fulana? Pues sencillamente porque el juez se da cuenta de que aquello que le cuentan es una trola. «Hay mentiras que ganan juicios y que envilecen los sumarios»; lo dice Sabina en una canción y lo sabe la ciudadanía, es decir, lo sabe hasta el «tato». ¿Hay aun alguien en este mundo de pícaros que pondría la mano en el fuego por defender la verdad de lo que dicen al juez los de la Gürtel? Mal se le pone el ojo a la gata, dice un paisano, cuando un juez pregunta sobre lo que ya sabe del paisaje el paisanaje.
Los jueces en su pluralidad les supongo acostumbrados a que les digan mentiras de todos los colores, claro que luego el de las puñetas tiene las pruebas que desfacen los entuertos en sumarios que a veces cuestan años hasta concluirlos. Además están también los testigos que ante el juez que les toma declaración están obligados a decir la verdad so pena de incurrir en un delito contemplado en el derecho penal que se puede, además de con multa, castigar con años de cárcel. Cuando a expresidentes o exsecretarios les ha preguntado un juez por la caja B del partido, todos han dicho que «no les constaba», que de eso no sabían nada de nada. O sea, que han sufrido un ataque de profunda amnesia, una desmemoria para hacérselo mirar. Pero ahí están las investigaciones policiales que así lo aseguran. Sería verdaderamente repugnante que en asuntos tan graves hubiera mentiras que lleguen a ganar juicios en detrimento flagrante de lo que la ciudadanía espera que aclare la justicia.
Un día alcanzó a decir Casado: «quien la haga que la pague, sea quien sea». ¡Santo varón! Si aquello que dijo lo dijo sintiéndolo porque luego viene Paco con la rebaja y en asuntos de choriceo político siempre son más los acusados que los sentenciados.
Un político en sus quiebras, si ha contravenido gravemente el código penal, raro será que tenga un ataque de honradez que le haga confesar en qué delinquió. Más tarde, si por una cosa o por la otra acaba librando con bien del albañal en que se metió, acabará incluso por creerse sus propias mentiras aventando a los cuatro vientos que la justicia que le había tomado interés nunca pudo demostrar las insidias de las que fue víctima y el tío o la tía acabarán creyéndoselo mientras la ciudadanía se hace cruces ante tanta golfería impune. Para ese viaje piensan que no hacían falta alforjas donde agavillar un sumario que ha durado años.
Una mentira bien contada es más fácil de creer que una verdad mal contada. Los chanchullos políticos han terminado por dar verdaderos virtuosos de la mentira.