Cuando la presidenta Armengol anunció en Fitur el principio de la desescalada, se entendía claramente lo que quería decir: ha llegado el momento de la economía. Desde el inicio de la pandemia el Govern ha intentado mantener el equilibrio entre salud y economía, con el discurso de que sin garantizar la primera no existe la segunda, sin controlar la pandemia no es posible la recuperación.
Este discurso se ha finiquitado. Sin premeditación ni alevosía, todas las manifestaciones han cimentado la idea de que la pandemia está de salida, en la fase final y de eso a relajar las medidas había un paso. Los estudiantes, que tan bien se han portado dentro del aula, al salir de ella se han convertido en el mejor amigo del virus. Lo sucedido en el «no-Sant Joan» es el mejor exponente. No sabemos cuántos casos de covid ha exportado Ciutadella. En Sant Cugat dicen que su foco tiene el origen en la Isla.
Lo que ha cambiado realmente es la actitud de las autoridades sanitarias. Pese a que los contagios han alcanzado en Menorca niveles nunca vistos, se ha descartado aplicar restricciones para preservar la salud para no golpear la economía e interrumpir una temporada turística que ha de ser mucho mejor que la de 2020. Este mensaje de «primero la economía» no es local y se ven ejemplos de ello en Europa y otras regiones españolas. Aquí se ha perdido la unidad de análisis y de acción sobre la pandemia. Los expertos ya no son la voz a escuchar. Y así, hay comunidades como la nuestra que dejan libre la economía, mientras otras, con menor incidencia, piden la declaración de un estado de alarma. Balears quiere turistas y Merkel recomienda no viajar a España.
Y mientras, los miembros de las UVAC de la Isla se ven desbordados. Se ha perdido la agilidad de las pruebas y del rastreo por la multiplicación de casos y contactos estrechos.
Esperemos que quienes piensan que, pese a la escala vertical de los casos, la situación actual es más segura, y no son los expertos, tengan razón. Por el bien de la salud... y de la economía.