Deberíamos de ser capaces de aprender en cabeza ajena, pero para qué nos vamos a engañar, somos el burro que tropieza una y otra vez en la misma piedra, para el caso en el mismo virus. Aquí ya nadie ignora que botellones, saraos y jolgorios, en otras palabras, la acumulación de gente joven, trae consigo un repunte inmediato en número de infectados por la covid-19. Eso tiene una explicación fácil de comprender: confinar el personal de los 15 a los 30 años no es fácil, porque a esa edad es comprensible la ganas de fiesta y, aquí la fiesta no está lejos nunca del alcohol, y en esa vecindad, la prudencia si no se hace imposible, sí que se hace muy difícil. Es comprensible porque un «fiestuqui» a palo seco sea un éxito, hay que buscarlo en la vecindad de la milagrería, además es lógico que sea la juventud la que más se mueve y la que más busca agavillarse con sus iguales; eso trae aparejado una explosión exponencial del número de infestados.
El viaje de fin de curso a Palma, ha supuesto jugarnos un nuevo confinamiento, nuevas medidas coactivas para el gremio de la hostelería cuando malamente empezaban a ver una tibia luz al final del negro túnel que lleva un año cerrando bares, restaurantes y hoteles, y cualquier otra industria vinculada con la hostelería donde el factor turismo es primordial para algunas zonas donde erróneamente, se han acostumbrado a poner todos los huevos en la misma cesta. Si a España le falla el turismo nos falla la columna vertebral que sujeta el cuerpo de nuestro trabajo y nuestra economía, y por ende las pensiones. Por eso, antes de planear tan alegremente un viaje masivo de fin de curso, convendría darse cuenta de que ese es precisamente un personal sin vacunar, en consecuencia, caldo de cultivo para un virus tan volátil, tan capaz de mutar en una nueva cepa aún peor. Para la juventud es afortunadamente cierto, que la pandemia en general no tiene las graves consecuencias hospitalarias con un carísimo mantenimiento que en algunos casos del personal de edad avanzada se puede estar debatiendo entre la vida y la muerte, y aun contando con que se pueda sobrevivir pueden quedar secuelas para toda la vida. De manera que bien está que la juventud se divierta, pero ya que no ellos, por lo menos las autoridades deberían sopesar lo que supone una nueva expansión del virus que las ansias de diversión conllevan.
Parece que el virus no ataca del mismo modo a la juventud que a la gente mayor, pero también es verdad que esa misma juventud es quien luego obra de factor transmisor para seguir propagando la epidemia, recuperando lamentablemente los valores altos que creíamos que habíamos dejado atrás para siempre, viéndonos de nuevo condicionados a no pisar la calle sin la mascarilla, al confinamiento en un país que empieza a darse cuenta de que el turismo es un dios con los pies de barro.
Hay que convenir por mucho que nos pese, que el hecho de estar vacunados no es la capa que todo lo tapa, el 10% de vacunados se contagiarán por muy vacunados que estén.
El virus sigue entre nosotros y a poco que no hagamos las cosas bien, puede ocasionar de nuevo dramáticas consecuencias, debemos seguir siendo prudentes y no bajar la guardia. Con lo que estamos atravesando cuesta mucho ir hacia adelante y muy poco ir hacia atrás. Vencer el virus definitivamente va a ser muy difícil y por el camino que vamos imposible.