Todavía estoy flipando con la tintorera que apareció en Cala Galdana. El animal se acercó hasta prácticamente la orilla ofreciendo una imagen atípica a la par que espectacular para los privilegiados que pudieron disfrutarlo en primera línea. Es cierto que la anormalidad del 2020 nos ha regalado momentos espectaculares gracias a la especie de tregua que le hemos dado a la naturaleza. Y deberíamos tomar nota.
El primer vídeo que recibí por Whatsapp me dejó sin palabras. Una de mis aficiones preferidas es nadar con tiburones y me ofrece una sensación que pocas otras cosas pueden ofrecerme. No comparto la imagen social que se tiene de estos animales como máquinas de matar, sino que los veo como una especie –otra más– que intenta existir sin molestar ni que los molesten. ¿Atacan? Es cierto, pero también los humanos somos tan idiotas como para matarnos entre nosotros.
Cuando estás cara a cara con un tiburón es inevitable pensar que algo puede salir mal, se te acelera el pulso y, para qué negarlo, te acojonas, aunque sepas que no va a pasar nada si te comportas con respeto. A priori, no te va a comer porque no formamos parte de su dieta y si te muerde será más por curiosidad que por convicción. La diferencia es que los humamos tenemos manos para curiosear y los tiburones tienen un porrón de cuchillas en la boca que curiosean de una forma más dolorosa que práctica. No son muy de usar las aletas para jugar.
A mí no me importaría que hubiese más tiburones que se dejaran ver por las aguas menorquinas, o delfines, o tortugas, pero viendo cómo nos comportamos con ellos lo normal es que no lo hagan. La fotografía de la portada de Es Diari con una persona tocando al tiburón es el ejemplo perfecto de lo que no se debe hacer. Primero para no estresarlo y que pueda nadar tranquilamente.
Y segundo, porque si a él, o a ella, le da por curiosear con la persona que lo toca, lo mismo la curiosidad le cuesta un dedo, una mano, un brazo, o todo a la vez. Hakuna matata.