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No sé, queridos lectores, cómo hay personas que temen que Bill Gates nos meta un chip con la vacuna en su perverso plan para controlar el mundo, como si no lo hicieran ya sus endiablados algoritmos, y sin embargo no ponen el grito en el cielo ante las nuevas patologías que nos ha traído el uso excesivo del teléfono móvil. Al parecer es muy común que el dedo pulgar sufra la tendinitis de Quervain, por la «flexión continuada de los tendones flexores presentes en los dedos de las manos», suele aparecer con el movimiento continuado de este dedo cuando hacemos, por ejemplo, «scroll» en la pantalla y se la conoce coloquialmente como ‘Whatsappitis'. A base de poner likes y darle a corazoncitos nos estamos ganando una rizartrosis, artrosis de pulgar, que según los médicos es crónica, vamos, que te pueden paliar los dolores con pastillas, pero que te la quedas para toda la vida. Así que ya ven, muchos pixels en la cámara, muchos gigas de memoria, mucha velocidad de conexión, pero nuestros pulgares se van al carajo sin remisión. Dicen que el ingeniero Martin Cooper se inspiró en el capitán Kirk de «Star Trek» para inventar el teléfono móvil, malditos trekkies, cuánta guerra han dado.

Podíamos estar ante una involución, porque fue precisamente la destreza manual que nos dio el pulgar «el elemento crucial que subyace al desarrollo de la cultura compleja los últimos dos millones de años, dando forma a nuestra evolución biocultural», y no lo digo yo, por eso lo he puesto entre comillas ya que mis conocimientos sobre este tema son cero, lo dice la profesora y paleoantropóloga Katerina Havarti de la Universidad de Tubinga en Alemania. Así pues, después de dos millones de años de evolución estamos llegando a un punto de retorno, basta observar el contexto en que nos encontramos para constatar que cada vez hay mas neandertal enfurecido y menos homo sapiens reflexivo. Si no me creen echen un vistazo a Twitter, pongan un ratito la tele, o naveguen por muchos de los medios cuyos titulares parecen escritos por un orangután que sufre una fuerte indigestión de plátanos pochos.

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Quizás esta regresión explica por qué nos encontramos con especímenes que quieren seguir siendo súbditos de reyes corruptos en lugar de ciudadanos libres, o por qué algunos elementos vociferan a pleno pulmón para que lo cierren todo para protegernos del virus y a los dos días, de forma furibunda, exigen la apertura de todo porque así no se puede seguir. O seres bípedos de escaso coeficiente que acuñan y escupen términos imposibles en sí mismos como «feminazi» para desacreditar el más que necesario movimiento feminista, el feminismo les confronta y les desnuda intelectualmente, por eso lo odian tanto. Y también nos puede dar una idea de por qué algunos «seres» a secas aplauden que se hundan pateras llenas de personas que cruzan el mar huyendo del horror, o sacan símbolos del pasado más oscuro y triste para amedrentar a todo el que no piensa como ellos.

Tirando de ese hilo podemos encontrar muchas respuestas sin duda, pero hay otras que seguirán en el aire por más que nos esforcemos, ejemplo, ¿por qué alguien decide voluntariamente comer coágulo de bebida de soja prensada, conocido como tofu? Respeto lo que cada uno se lleva a la boca por supuesto, pero cenarte un platito de tofu mientras escuchas el «Hallelujah» de Leonard Cohen, me parece el camino más corto a la depresión. Yo qué sé, tampoco me pidan demasiado, tengan en cuenta que uso el móvil demasiado tiempo. Feliz jueves.

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