Soñé a Donald Trump vestido de último mohicano, pero su disfraz se confundía con el de Papá Noel. Era muy cariñoso con los niños y hasta con los reporteros, por lo que su disfraz no se correspondía con la realidad.
Yo pensaba que el disfraz que le correspondía era más bien el de Napoleón, debido a sus obsesiones de grandeza, alguien que se creía capaz de todo, sobreestimando sus propias cualidades. El hecho de ocupar la presidencia del país más poderoso del mundo le inclinaba a creer que podía regir la vida de todos los demás.
En mi sueño había nevado copiosamente. La tele ya había vaticinado una nevada antológica, y luego dijeron que toda España había amanecido vestida de blanco y que tendríamos que prepararnos para salir de casa armados con palas. Tal vez por eso, en mi sueño yo tenía una pala junto a la cabecera de mi cama, puesto que soy un hombre previsor, y llegué a pedirle a míster Trump que me ayudara a achicar la nieve de mi portal, y como en los sueños del dicho al hecho no hay un buen trecho me miró por encima del hombro, con una terrible cara de desprecio y me dijo: «¿Pero tú que te has creído, que yo soy ‘Cofidís'?»
Por fortuna encontré a alguien mucho más sensato que sí vino a ayudarme, un hombre con toda la barba, provisto de una pala marca «la ocasión la pintan calva» que creo que se apellidaba Casado. Pero los sueños son ilógicos, mezclan las imágenes, revierten el paso del tiempo, convierten lo imposible en posible y de pronto, al salir de casa, no había ni pizca de nieve, pese a que «toda España estaba helada», todo el territorio patrio, de donde deduje que como en tiempos de Felipe II las islas Baleares estaban por así decirlo abandonadas de la mano de Dios, lejos del mundanal ruido y solo eran buenas para pagar impuestos. De modo que tiré la pala con gesto altivo, como en «el último Cuplé», con tan mala fortuna que fue a dar en la cabeza de un hombre con el torso desnudo -y peludo- que llevaba unos cuernos morrocotudos y una piel de búfalo.
egresaba del asalto al Capitolio, pero como en España no hay Capitolio -ni siquiera hay búfalos-volví a mirar la tele y se me apareció Fernando Simón no con dos, sino con muchísimos cuernos en la cabeza, como si fuera la cabeza de la Medusa, y decía que venía la tercera ola, y que si esta no nos barría, nos barrería la cuarta, de modo que eché a correr sin mirar atrás ni adelante, con tan mala fortuna que me chafé las narices contra una farola y por suerte entonces me desperté.