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Con mi nieta Inés adelantamos la comitiva de los Reyes Magos, que ya cruza el puente sobre el río de gresite flanqueado de musgo, acercándose al pesebre. Faltan unos pocos días para el encuentro y la ofrenda de oro e incienso al recién nacido (desde los Monty Phyton sabemos que la mirra fue desdeñada por la familia). Recuerdo que éramos fans de uno u otro rey y cada uno cavaba su propia trinchera para defender al suyo. Yo era muy de Gaspar vete a saber por qué. Era el único día de regalos de todo el año en aquellos tiempos de austeridad y a los ‘postguerrines' todavía nos cuesta entender la regalomanía actual, más allá de la necesaria contribución al engranaje de la cadena del hiperconsumo o del turboconsumismo, que diría Giles Lipovetsky.

Son días de apelación a la magnanimidad de sus majestades, que este año tendrán que ser más mágicas que nunca si quieren contribuir a salvaguardar la salud mental de los humanos. Y tendrán que hacerlo porque nos cogen en plena depresión, tanto económica como psicológica, por el bichito con espículas que ha puesto el planeta patas arriba y nos ha situado ante un espejo que reverbera nuestra insignificancia cósmica. Nos creíamos los reyes del mambo y aquí nos tienen sus majestades, enmascarados, temerosos, saludándonos de oídas y sin saber muy bien qué camino tomar, salvo las mesnadas de jóvenes y no tan jóvenes juerguistas que siguen a lo suyo, absolutamente insensibles a la situación (¿quién me va a decir a mí si puedo tomar copas con los amigotes o no?).

Sus majestades nos traen este año una vacuna avalada por todos los organismos competentes; lo que ocurre es que hoy día cualquier iletrado tiene ventana propia para exponer sus delirios al mundo mundial, y parte de este siempre estará dispuesto a seguirle a él o a cualquier otro vendedor de crecepelos, y te organizan un frente de rechazo que puede entorpecer la necesaria inmunidad de grupo, además de impartir una suprema lección de egoísmo. O sea, majestades, este año necesitamos una aportación extra de civismo, aunque es altamente improbable que los que no saben vivir sin tardeos ni magnas reuniones familiares os hagan caso.

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Y seny, mucho seny, que, dado vuestro acreditado don de lenguas, supongo sabréis lo que significa. También lo necesitamos a manos llenas. Mirad, majestades, los españoles somos una democracia joven, si la comparamos con los países de nuestro entorno, y no acabamos de digerirla. Para que veáis: el otro día, aparecía en los medios el presidente del Gobierno para hacer un balance triunfalista de su gestión que, aunque tiene sus méritos (aguantar estoicamente el permanente activismo de su vicepresidente segundo, mantener vivo el primer gobierno de coalición y haber conseguido aprobar unos presupuestos generales no es moco de pavo), también está trufada de sombras, como la errática gestión de la pandemia, la permanente sensación de inestabilidad entre los dos coaligados y las dudas razonables que plantean algunas amistades peligrosas.

Pero, para que veáis, lo más curioso de la comparecencia fue la contraprogramación del principal partido de la oposición quien, al mismo tiempo que el presidente peroraba sin fin sobre las maravillas de su gestión, le tildaba de «mentiroso, arrogante e incompetente» sin aportar en ningún momento sus contrapropuestas. ¿Cómo iba a hacerlo si ni siquiera le había escuchado? En fin, majestades, os cuento este sainete para que calibréis la magnitud del malentendido democrático español: un gobierno triunfalista sin demasiados motivos, y una oposición aferrada a la descalificación gubernamental con argumentos o sin ellos. Como les espetó a los populares el lúcido diputado vasco Aitor Estaban (el del inolvidable sketch parlamentario del tractor, con Mariano Rajoy), con ocasión del follón organizado con la figura del ‘relator' en unas previstas conversaciones con los líderes catalanes, «a ustedes les hubiera dado igual un relator que un botijo en medio de la mesa». Así lo parece.

O sea, majestades, traed camiones de seny para que unos hagan propuestas razonables y los otros traten de rebatirlas con argumentos y aporten las suyas propias, y mucho carbón, tanto para los voceros de las maravillas del Gobierno como para la oposición pasada de rosca. Quizás así podríamos empezar a escampar boires y a poner las bases de una convivencia serena y democrática que nos permita encarar la tremenda situación que se avecina en los próximos meses con algo más que autobombo y exabruptos.

PS.- Y por favor, majestades, antes de iros, sacad de la Casa Blanca al diabólico payaso del tupé amarillo antes de que pueda organizar más destrozos… (Continuará).