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De los cuatro kilos que quería perder antes de Navidad, me quedan nueve. Lo leo en un mensaje viral de estos que van y vienen masivamente de un teléfono a otro y no dejar de ser verdad. Este año, maldito 2020, los excesos gastronómicos me pillan más en forma que nunca. Estoy comiendo tanto y comiendo tan mal que no sé si la Navidad es una excusa o una motivación.

De todas formas, cada año pasa igual. Es llegar el mes de diciembre y cualquier intento por cuidarte se va al carajo. Porque ya piensas que «enero será otra cosa» y que después de Reyes «me voy a poner en serio», mientras los polvorones caen como moscas y le regalas a tu cuerpo una sobredosis de patatas, de carne, de pasta y de dulces. Y, además, entre el frío y las pocas horas de luz, lo de salir a correr se convierte en algo poco menos que utopía.

A mí me gusta mucho comer y me gusta comer mucho. Me muevo genial en los dos escenarios. Además, soy de los que comen por encima de sus posibilidades hasta reventar o algo mejor. Me gusta tanto comer que hay noviembres en los que, por si las moscas, hago pretemporada de comer para que las fiestas no me pillen desentrenado, que luego vienen las lesiones serias.

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Las fiestas de este año van a ser reguleras. Como la asistencia va a estar limitada puede que ello afecte a la gran cantidad de comida que se pone en la mesa. Estamos acostumbrados a reunirnos tanta gente que ello genera un descontrol en la compra que provoca una avalancha de comida sobre la mesa. Como seremos menos, los cálculos matemáticos y la media serán distintos y corremos el riesgo de acabar una comilona sin tener que cascarnos un digestivo o un chupito de sal de frutas. Mano de santo, oye, secreto familiar.

Entre los muchos sinónimos que tiene la Navidad está el del comer. Nos cuidamos lo justo y nos empeñamos en comer como si tuviésemos la ancestral necesidad de incrementar la grasa corporal para que el frío no apriete tanto. Y lo que aprieta, al final, es el cinturón. O el pantalón directo.

Si me permitís que deje las bromas al margen durante un párrafo, por lo menos, me gustaría que todos tuviésemos la suficiente responsabilidad para comportarnos durante estas fiestas de una forma que no tengamos que arrepentirnos después. Sí, estas Navidades serán distintas pero quizás deberíamos pensar que los sacrificios que nos tocará hacer estos días son el prólogo de la normalidad del año que viene. Y por muy buena que esté la comida, no se puede comparar a la mejor de las compañías. Bon Nadal.

dgelabertpetrus@gmail.com