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Yo también tengo un perro; mejor dicho, el perro es de mi mujer, pero yo lo cuido como si fuera mío. «Gana más el perro lamiendo que mordiendo» dice el refrán. Y debe ser cierto, porque desde luego ganaremos muchos más amigos siendo amables que siendo agresivos. Lo peligroso es sacarlo a pasear; no por lo del coronavirus, sino porque algunos perros parece que no se pueden ni ver, como también ocurre entre los hombres. Por lejos que estén quieren acercarse a olerse –cuando menos- o incluso a morderse.

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Algunos vecinos pasean con los perros sueltos a su aire, con lo que al ver a otro perro se lanzan sobre él como si fuera un rival, sobre todo si es más pequeño y de su mismo género. Me refiero a los perros, naturalmente. Las hembras sobre todo rivalizan a dentellada limpia. También puede ocurrir que el perro suelto se meta en un jardín privado, a poco que encuentre un hueco en la valla, y además de morder al cartero, que es algo habitual, ataca al jardinero, que se gana el sustento cortando el césped y arrancando malas hierbas. Esto lo vi no hace mucho. Un jardinero llamó la atención al amo de un perro, le dijo que tenía que llevarlo «suqueto» y el otro le dijo: «Yo lo llevo como me sale de las polongas y tú tendrías que tapar el agujero porque hasta yo podría entrar por él» Con lo que el jardinero montó en cólera y dijo: «Si entras te voy a pegar una barrada que serás viejo y te vas a enrecordar» Ya lo ven, consecuencias de pasear al perro.

Será por eso que en las urbanizaciones suelen poner letreritos que recuerdan: «Perros sueltos, no» Cerca de mi casa lo que ponen es «Cans fermats» Está escrito con una caligrafía muy mona y hasta hay un dibujito de la cabeza de un perro con cara de buen chico y con collar y todo. Una vez tuve en casa a un huésped amante de la buena mesa y poco dado al ejercicio que al cabo de unos cuantos días sin moverse del sillón dijo: me voy a pasear un rato. En realidad fue solo un ratito, porque no tardó ni quince minutos en volver. Le pregunté cómo había ido el paseíto y me dijo que de maravilla, le había sentado muy bien. Le pregunté hasta dónde había llegado y me dijo que hasta la próxima urbanización. Pensé: este tío no corre, este tío vuela, porque la próxima urbanización quedaba a tres quilómetros de distancia por lo menos. Le pregunté que si estaba seguro y me dijo que cómo no iba a estar seguro si hasta había un letrero muy bonito que la anunciaba, un letrero tipo «Can pastilla» que ponía «Cans fermats».